villa y corte/Alberto Delgado
Las listas cerradas
La decisión del presidente del Gobierno, José María Aznar, de presentarse a las próximas elecciones municipales en la lista del PP para el Ayuntamiento de Bilbao, aunque en último lugar, es, sobre todo, un gesto testimonial de solidaridad con aquellos candidatos populares que carecen de la libertad de otros candidatos nacionalistas para hacer campaña, y que son acosados y amenazados. Lo que en otros municipios españoles es algo normal es para ellos una heroicidad.
Este hecho, que ha sido y será objeto de los más variados comentarios, viene a incidir en una cuestión siempre controvertida, que es la de las listas cerradas. Como en la decisión de Aznar, es un tema que tiene defensores y detractores. Uno se encuentra, modestamente, entre estos últimos, especialmente en las elecciones municipales. Que para votar a un candidato que merece mi confianza, y vaya en quinto lugar en la lista, tenga que hacerlo, a la fuerza, a los que van delante y detrás de él, aunque no sean de mi agrado, será todo lo democrático que se quiera, pero a mí me parece injusto. Esto, que es aplicable a todos los municipios, cobra mayor virtualidad en las poblaciones pequeñas, en las que los ciudadanos tienen un conocimiento más directo de la valía de los candidatos. Los compromisos y las arbitrariedades a la hora de confeccionar las listas las pagamos los ciudadanos. Con todas las salvedades que se quiera, creo que las listas abiertas son, en el caso de las elecciones municipales, sobre todo, preferibles a las cerradas, y reflejarían mejor la voluntad de los electores. Parece que esto no gusta a los partidos, quizá por cuestiones de control interno. Puede que la maquinaria de los partidos chirriara un poco, y que los resultados pusieran en evidencia a los que confeccionan las listas -a veces a muchos kilómetros de distancia del municipio en cuestión- si se introducen nombres basados más en el compromiso que en la eficacia. Pero los electores saldríamos ganando.