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Reflexiones de año nuevo

Durante los últimos años en los que el sector inmobiliario ha estado en la cresta de la ola, se han hecho verdaderas fortunas con el negocio del suelo. Tanto por parte de empresas que vieron que, en muchas ocasiones, era más rentable vender el suelo que tenían que desarrollarlo ellos mismos, como por intermediarios que con buen olfato sabían llegar al suelo que buscaban inmobiliarias y se hacían con el mismo en exclusiva.
Eso sucedía porque había muchas empresas que demandaban suelo y que estaban dispuestas a pagar lo que fuera, ya que existía una demanda de viviendas muy fuerte que se hacía prácticamente con todo el producto existente. Y se daba por todo el territorio nacional.
Pero este año ya se percibe que se ha endurecido el sector. Ya no hay tantas empresas dispuestas a comprar suelo, al menos con inversiones considerables y en toda España, y ya se pueden contar con los dedos de una mano las que tienen capacidad para hacerlo si el negocio es bueno y siguen con esa predisposición. Y esas son por todos conocidas. Algunas de las grandes ya no lo hacen porque han sido compradas por otras empresas del sector; otras no tienen recursos a la vista porque sus grupos han invertido el dinero en actividades alternativas; otras porque ven con reticencias el mercado, sobre todo en lo que se refiere a las segundas residencias en costa; y otras porque las entidades financieras, principalmente las cajas de ahorro, les han cerrado el grifo.
El mercado del suelo se mantiene todavía como un negocio rentable, pero hay que ofrecer al potencial cliente lo que verdaderamente demanda, con la calidad que lo demanda y en las condiciones en que lo demanda. Quien quiera intervenir en el negocio del suelo debe, como sucede en el resto del sector inmobiliario, estar profesionalizado y conocer todos los factores que intervienen en su desarrollo.
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