La presidenta de la Comunidad de Madrid no quiere darle ni un metro de ventaja a su compañero y enemigo, el alcalde de la capital del Reino. En ninguno de los campos en los que compiten: ni en el interno del partido al que pertenecen, ni en el externo de la política española. Tan es así que ambos se han buscado sus apoyos mediáticos y hasta se pelean por las campañas de imagen que los sostienen.
“Espe”, como la conocen y la llaman los suyos y Alberto se conocen desde el inicio de la democracia, coincidieron en el Ayuntamiento, coinciden en el PP, y coinciden en sus ambiciones, que no son otras que suceder a Mariano Rajoy en el liderazgo de los populares si éste no logra desbancar en las próximas elecciones generales a Rodríguez Zapatero, o acompañar al político gallego al Gobierno si el PSOE sigue en la pendiente cuesta abajo en la que parece haber entrado, según indican los últimos sondeos.
Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz Gallardón son plenamente conscientes de que sus vidas políticas y hasta personales les separan y que si ya era difícil una fingida concordia, tras la publicación de la biografía autorizada de la presidenta con sus comentarios sobre los comportamientos y actitudes del alcalde, de nuevo se ha tornado prácticamente imposible.
Ella sabe que cuenta con varios cuerpos de ventaja sobre él en cuanto a simpatías internas en el Partido Popular, y que si de elegir sucesores se tratara ganaría a su oponente de forma cómoda y contundente, como ya lo hizo en la pelea indirecta por la presidencia del partido en la Comunidad de Madrid. Sólo tiene que ganar en el próximo mes de mayo y revalidar su cargo. Y esperar a los acontecimientos.
En su contra está el calendario y los usos y costumbres de la democracia. Las elecciones autonómicas van por delante de las generales, y para liderar a un partido y afrontar los debates con los adversarios de enfrente, se tiene que estar en el Congreso si de toda una Legislatura se trata. Se puede estar fuera unos pocos meses, como le ocurrió a José María Aznar en 1989, pero no cuatro años.
Sobre estas bases, Aguirre y sus dos máximos consejeros: Ignacio González y Regino García Badell están buscando la forma más directa que exista para impedir que Ruiz Gallardón tome la ventaja inicial que le permite la ley: se puede ser alcalde y diputado en Cortes; no se puede ser presidente y cualquier otro cargo. ¿Cómo impedir o contrarrestar la más que posible participación del alcalde madrileño en la lista al Congreso que encabezará Mariano Rajoy? Respuesta: yendo también en ella. Sería estar y salir
elegida para de forma inmediata renunciar a jurar el cargo de diputada si se ganara, o al de presidenta si se perdiera y el PP se planteara elegir nuevo líder. Cómo no lo tienen claro si esa vía puede ser legal, los servicios jurídicos internos y externos se han puesto a buscarle una salida.
El problema está – si se resuelve el normativo – en que ese paso dejaría bien a las claras ante Rajoy y el partido que la ambición existe y está muy presente, con todo lo que conlleva de mostrar las propias cartas a los adversarios internos, que siempre los hay en todo grupo político. En este aspecto el presidente Zapatero puede echarle una mano a su colega de la Comunidad de Madrid: convocando elecciones generales también en mayo del 2007. Así los problemas legales es casi seguro que desaparecerían y los de imagen interna se diluirían en el contexto de las tres batallas ante las urnas. El, nuestro alcalde capitalino, ha perdido todas las batallas formales que ha dado en el seno del PP contra su oponente, y es muy consciente que en igualdad de condiciones victoriosas sus compañeros de militancia nunca le elegirían como sucesor de Rajoy y líder de la oposición.
Internamente su única arma de verdad se llama Ana Botella. La concejala y esposa del ex presidente Aznar puede tener la legítima ambición de convertirse en alcaldesa si Gallardón abandonara el Ayuntamiento, dado que su puesto en las listas no se lo va a disputar nadie, ni en uno, ni en otro bando.
Esa carta, la de su propia sucesión en la persona de Ana Botella, es la palanca que podría llevar a José María Aznar a intervenir a favor del actual alcalde, siempre que el PP volviera a perder en las urnas y se viera obligado a afrontar una remodelación de su dirección en profundidad. Sería repetir, con variantes, el papel que en 1989 jugó Manuel Fraga con la designación del propio Aznar frente a su inicial candidata, Isabel Tocino, tras haber defenestrado al que era el presidente electo del PP en aquellos momentos, Antonio Hernández Mancha.
Son tiempos distintos y situaciones distintas: el PP estaba en la oposición y no había gobernado y estaba en marcha un proceso de fusión con el CDS de Adolfo Suárez que apoyaba financieramente Mario Conde, por aquel entonces presidente de Banesto.
Las dos ambiciones, la de la presidenta y la del alcalde, se mezclan en la situación interna del PP con las pugnas entre moderados y radicales, entre los que parecen encontrar en las encuestas la verdad de sus mensajes de centrismo y búsqueda de consensos con el resto de las formaciones políticas, con Rajoy a la cabeza; y aquellos que con las mismas encuestas en la mano defienden que el acercamiento al PSOE se debe a la estrategia de dureza y denuncia que encabeza el portavoz parlamentario, Eduardo Zaplana. Una misma verdad vestida de dos formas diferentes.
Y al margen de esas disputas internas, en su tranquila atalaya de Washington, Rodrigo Rato, el único dirigente del PP que lograría conciliar todas las posturas y que podría acabar con los banderismos de uno y otro signo.
El actual responsable del FMI no regresará a las trincheras salvo que le vayan a buscar. Y eso requeriría una auténtica crisis de identidad dentro del centro derecha español.
[email protected]