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Ciempozuelos S.A.

Así no se puede vivir. Desde esta tribuna, señor juez, le pido que tenga piedad. Uno no puede abrir un libro de Proust, de los que atesora en la pequeña biblioteca de casa, comprada con tanto esfuerzo, y que caigan de sus páginas billetes de quinientos euros. No se puede. Las muchachas en flor de Swan no eran hojas de banco como hojas de lechuga de la variedad “oreja de burro”, eran ninfas que vivían a la sombra de una tarde melancólica. No se pueden abrir las ollas para preparar el cocido de los jueves y encontrarse el aluminio invadido por una plaga de billetes que no sé qué color tienen porque nunca los he visto ni en pintura ni en las ilustraciones de las revistas de papel couché. Así no se puede vivir. Así que le pido que tenga piedad con esos dos pobres alcaldes, ponga la ex delante para que no haya confusiones, que han confesado que se vieron obligados a llevar los fajos de pasta, la viruta casera, a un banco de Andorra porque tropezaban a diario con las gomas.
Es posible que forme parte de nuestra educación, con todo su peso y su poso de catolicismo espiritual, pero nos da rubor, vergüenza y cierta repugnancia, esa vecindad con el dinero. Uno de los mejores inventos de la modernidad ha sido el dinero plastificado con su numerito y su holograma, que nos ahorra el fajo de billetes y el contar las hojas, faena de tratantes de ganado, traficantes de carne y lecheros. A nadie le gusta llevar la tela encima y es considerado un gesto de ordinariez supina. Los vecinos de Ciempozuelos se preguntan cuántas cosas se pudieron hacer con todo ese dinero que ahora vive paralizado por el trámite judicial, en una tierra de nadie. Otros pueden pensar que sin esas comisiones, sin las “tangentes” que se pagan para engrasar el negocio inmobiliario, quizá las casas fueran un poco más baratas y costaría menos pagarlas. El ciudadano sospecha que esto es una plaga, un mal general en tanto Ayuntamiento, y que mientras no se demuestre lo contrario todos pecan de los mismos vicios. No lo sé. Quizá a los amigos de lo políticamente correcto les parezcan cuestiones o razonamientos un tanto demagógicos. Pero son tan reales que forman una losa de desánimo y depresión sobre la opinión, la pública y la privada.
Piensen en los que con mucho esfuerzo dieron los primeros plazos y entregas sobre plano para sus viviendas en Ciempozuelos. Ahora dependen de la celeridad de los jueces, de los procesos judiciales, de las pruebas periciales. La corrupción es para ellos una doble desgracia, primero como vecinos, luego como compradores. Casos como este van a proliferar hasta las elecciones. La podredumbre de los administradores es grave, pero más lo puede ser si se toman medidas que paralicen un mercado que tira de la economía española y que crea empleo más que ningún otro. Ya se escuchan de fondo ideas, como esa de paralizar toda recalificación, que dan más miedo que un nublado negro en vísperas de la cosecha.
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