El ritmo de las obras

Muchos madrileños se echaron a temblar ante la posibilidad de una nueva gran obra, en los accesos a la capital: el soterramiento de la A-6 a su llegada a la Ciudad Universitaria. Una obra que, en teoría, sería beneficiosa, porque permitiría unir en un solo “campus” a la Universidad Complutense, la Politécnica de Madrid y la Universidad a Distancia, y agilizar el tráfico de entrada y salida en una zona que soporta congestiones con bastante frecuencia. Este proyecto no debería descartarse, pero sí aplazarse, por varias razones.
Una de ellas el coste. El Ayuntamiento está ya suficientemente endeudado como para lanzarse a nuevas aventuras, cuando además de las obras en ejecución tiene previstas la remodelación del eje Prado-Recoletos y la reforma de la calle de Serrano, entre otras. Las deudas hay que pagarlas, y condicionan la puesta en marcha de nuevos proyectos.
Otra razón es el cansancio de los madrileños, sometidos en los últimos años a una presión física y psicológica con calles cerradas al tráfico, servicios de transporte públicos suspendidos, direcciones prohibidas, zanjas, ruidos... Es un conjunto de molestias que, cuando las obras terminen, pueden verse compensadas, pero todo tiene su límite.
Otro argumento de peso es la proximidad de las elecciones municipales y autonómicas. Uno de los grandes argumentos del PP es presentar obras ya finalizadas, y no sin acabar. Por razones económicas y electorales resulta, pues, aconsejable frenar el ritmo de nuevos proyectos cuya necesidad puede ser indiscutible, pero con una repercusión insoportable para los ciudadanos.
Lo que parece inevitable es que en la próxima legislatura los madrileños seguiremos con obras, por las exigencias de crecimiento de la ciudad. Es el tributo que los ciudadanos debemos pagar por vivir en una gran ciudad, con sus ventajas y sus inconvenientes. Corresponde al Ayuntamiento ampliar las primeras y reducir al mínimo posible los segundos.