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El sueño del pobre

Es el verdadero sueño americano. En versión samba. Luiz Inácio Lula Da Silva nació en Pernambuco, es el séptimo de ocho hermanos, fue limpiabotas, ayudante en una tintorería y cuando todavía no le había salido la barba, estaba laborando jornadas de doce horas como obrero de una empresa metalúrgica.
Lula, que en una ocasión explicó que su padre "era un pozo de ignorancia" y es de lo que han pasado hambre de verdad, se casó a los 22 años con una operaria textil, a la que había dejado embarazada y que falleció con su bebé durante el parto. Después se casó tuvo una hija con una enfermera y en 1974, cuando ya era un sindicalista reputado y había padecido unos meses de cárcel conoció, a su actual esposa, Marisa Leticia, viuda y madre de un niño, con quien ha tenido tres hijos más.
En 1986, después de muchos avatares, consiguió un acta de diputado por el Partido de los Trabajadores (PT) y desde entonces su carrera ha sido un rosario de éxitos, triunfos y recompensas, que culminaron en 2002 con su acceso a la Presidencia de la República.
El problema de Lula, como el de casi todos los políticos, es que siempre resulta mucho más complicado dar trigo que predicar. Su victoria es inapelable. Ha sido reelegido con más del 60% de los votos, mientras su rival, el socialdemócrata Geraldo Alckmin, ha quedado un poco por debajo del 40%, pero ha necesitado una segunda vuelta.
Lula dice que el resultado ha sido «un regalo de Dios», pero se trata –sobre todo- de los efectos de la aritmética. En Brasil hay muchísimos más pobres que ricos y al final, a la hora de la verdad, la gente suele preferir a uno de los suyos.
Dicen que las segundas partes no son buenas y tenemos pruebas evidentes de que la regla se cumple casi a rajatabla en el cine y en la política. Lula tiene ahora la oportunidad de ser una excepción, pero el asunto no esta fácil. No sólo porque su primer mandato haya estado trufado de corrupciones y errores de bulto. Lo importante son las promesas incumplidas.
Las encuestas reflejan que los pobres de Brasil se sentían en 2006, justo antes de acudir a las urnas, mejor de lo que estaban en 2002. Se sienten mejor, porque han bajado los precios de los alimentos y el gobierno reparte de vez en cuando comida. Al margen de eso, que no es baladí, lo esencial permanece: los pobres brasileños siguen siendo muy pobres.
Las preguntas ahora, con cuatro años por delante, son muy claras: ¿Cómo gobernará Lula? ¿Borrará con la mano izquierda lo que escribió con la derecha? ¿Se puede esperar un Lula diferente al del primer mandato?
Lula dice que si, que esta vez cumplirá. Sus críticos afirman que lo hará peor, porque tiene muchas deudas que pagar.
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