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El estercolero

Ha bastado un mes, el de septiembre, para confirmar la sospecha con que iniciamos el curso político: el barrunto de que por bien que fueran las cosas, la vida nacional se había de convertir en un estercolero, y los ciudadanos en rebuscadores de residuos útiles
para la verdad cotidiana, desde varillas de paraguas hasta las joyas que los insensatos arrojan al cubo, olvidadas en los bolsillos de la ropa vieja.

Podemos decir que la carga de la responsabilidad se asienta con más firmeza sobre los hombros del gobierno.

La oposición, como su propio nombre indica, se dedica a eso, a hacer oposición, que bastante tiene con aprender los trucos y las
técnicas para eludir el frío que se avecina por no viajar en el coche oficial. A veces se olvidan de su papel. Han firmado una enmienda
para subirse la nómina, y es la única que ha encontrado la unanimidad de la cámara. Como decía Josep Pla, “en un país de funcionarios la única bandera respetada por todos es la del sueldo”.

Hundidos en el estercolero, Rodríguez y su charanga practican aquella técnica belga del “fuera de juego”. Consiste como saben, en dejar al delantero contrario vendido, colgado de la brocha, ilusionado con una soledad que el árbitro arruinará con un golpe de silbato.

Llevada a la política, la técnica estriba en declarar que el contrario es “extrema derecha”. De esta forma uno se erige en centro y en
sacerdote definidor de las esencias.

El peligro de esta técnica es que a veces el árbitro se despista. Suele ocurrir también que la defensa no esté lista y se quede un Pepiño charlando con el portero. Entonces los goles entran por la escuadra y se quedan cosidos de la red. Y eso es lo que le ocurre a los socialistas con las víctimas. Por mucho que insistan en que están manipuladas, las víctimas, en su dolor, siempre tienen razón.

El ambiente tiene mal remedio. Los unos cuelgan medallas sobre el pecho de policías condenados en el caso Bono, desprecian los
informes de peritos con un largo historial, y eluden la presencia del alcalde de Sevilla en una manifestación en la que se recuerda a un teniente de alcalde asesinado por la banda. Los otros se empecinan, erre que erre, en una investigación que no arroja un solo dato objetivo para combinar la presencia conjunta de los dos grandes terrorismos que sufrimos en el peor atentado de nuestra
historia. En este ambiente de extremos va a transcurrir la vida nacional hasta que pasen las elecciones, y después, porque vendrán
otras. No estamos instalados en la conspiración, que dirían algunos, sino en la torpe y mezquina España de la chapuza.
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