Memoria del bienio perdido
Han pasado dos años. Para unos son poco, para otros demasiado. La derecha mira al pasado inmediato y dice no reconocer el país que dejó en herencia. La izquierda, pues ya ven, entre sorprendida, a veces entusiasmada, y en ocasiones, sobre todo las viejas guardias socialistas, espantadas. Me remito para este último caso al último libro de García Abad, ese en el que habla de un Felipe González celoso, silenciado, dedicado a sus joyas y pendientes como otros al cultivo de camelias en la sombra húmeda de algún pazo gallego. Un Felipe que se echaría las manos a la cabeza por la deriva de la Nación, por la imprudencia de abrir un diálogo con Eta en el que la banda parece llevar la iniciativa.
Llegaron entre muchas ilusiones. Hoy es hora de hacer balance. Para esta hora ya ha pasado el debate sobre el estado de la Nación, y ya se han publicado las estadísticas sobre los golpes de mandíbula, o el fino juego de florete florentino, que de todo ha habido. “En el medio del camino” de la legislatura podemos decir como el Dante, que nos encontramos en “una selva oscura”, donde se han perdido buena parte de las esperanzas que se concentraron en marzo de 2004 en torno a un candidato, que con el tiempo ha demostrado no tener sentido de estado, y gobernar a golpe de improvisación.
Es cierto que en aquel final aciago del invierno los socialistas no tenían un proyecto nacional. Ni siquiera de partido. Lo han demostrado con las idas y venidas del estatuto, con las traiciones entre Zapatero y Maragall, con los textos de los estatutos catalán y andaluz, con la crisis profunda del tripartito, a los tres años de iniciar un proyecto de colaboración la Esquerra que ha paralizado Cataluña y ha provocado el enfrentamiento social y empresarial con buena parte del resto de España. Los incendios provocados en la vida empresarial (Opa de Endesa), la política exterior (alianzas con los populistas americanos y fracaso de nuestras relaciones con EEUU) y las decepciones en política de vivienda o las enormes contradicciones en asuntos de inmigración han barrido del paisaje cualquier atisbo de entusiasmo. Las encuestas lo ratifican.
Quedan dos años. En los últimos meses Zapatero ha iniciado el giro hacia una posición más de centro. Es quizá pura táctica, necesidad numérica, oportunismo calculado. Pero los grandes retos exigen grandes dosis de generosidad. El presidente ha tenido que aprender algunas lecciones forzado por una realidad más tozuda y radical que él mismo.
La gran lección es que no se pueden abordar asuntos como la de la trascendencia del final del terrorismo dejando al margen al PP, no porque éste se oponga al negocio de la paz, sino porque esa marginación provoca la desconfianza de los ciudadanos, y la sospecha más que legítima de que se están ofreciendo concesiones políticas a cambio de la paz. En su huida hacia delante Zapatero muestra flancos de una debilidad dramática, y ETA está dispuesta a aprovecharlos.