Con la aparición de la LOE en mayo de 2000 surge un nuevo documento, junto con los que hasta la fecha existían en el proceso edificatorio que conlleva la realización de una promoción. "El Libro del Edificio", que así se denomina dicho documento, comprende el conjunto de toda aquella información documental que registra la historia de la construcción de dicho edificio, así como todas aquellas instrucciones necesarias para el futuro mantenimiento del mismo y que, por tanto, deben ser conocidas por los compradores últimos.
La necesidad de la realización de este documento ha suscitado numerosas opiniones entre los distintos agentes del sector. Por un lado, los técnicos alegan que supone una carga burocrática más a todo un proceso que ya genera mucho movimiento de documentación y que, evidentemente, debe repercutir en el aumento de costes de su trabajo y, por otro lado, los promotores son reacios a plasmar en un documento, todos las incidencias que hayan podido surgir en los avatares de la ejecución de las obras.
Los propietarios, en general, no son conscientes de este tema y, de hecho, no suelen exigir al promotor dicho documento. No obstante, cuando tienen conocimiento de tal hecho, su actitud es positiva, fundamentalmente porque entienden que es un documento más sobre el que exigir responsabilidades. Lo que debe conocer el comprador es que el Libro del Edificio también le exige responsabilidades a él.
La estructuración del propio Libro del Edificio implica que la depuración de las responsabilidades afectará a todos los agentes, incluso al comprador. La parte correspondiente a ejecución y proceso implicará a técnicos, constructores y promotor, y la parte de mantenimiento a los compradores. No observar las condiciones de mantenimiento y conservación puede generar la aparición de averías u obras imprevistas de reparación que pueden implicar un coste mayor que el propio mantenimiento. Además, algunas patologías pueden tener su origen en un mal mantenimiento por parte del propietario y, por tanto, no tener derecho a ser resueltas por el promotor.
Lo cierto es que, sin entrar en tecnicismos y estableciendo símiles con otras situaciones cotidianas que a todos nos son familiares, podríamos enunciar las siguientes reflexiones:
- Hasta la aparición en el proceso edificatorio del Libro del Edificio, a todos nos extrañaba que hasta el electrodoméstico más simple viniera acompañado de su manual de instrucciones, y nuestra vivienda, la inversión más costosa e importante de numerosas familias, no cuente con el manual adecuado para preservarla y conservarla.
- Todos tenemos asumido que debemos tener al día la hoja de mantenimiento de nuestro vehículo (condición necesaria para hacer efectiva la garantía del mismo) y por tanto, no debía de extrañarnos que nuestra vivienda necesite unas inspecciones periódicas para garantizar su mantenimiento y, por tanto, su buen funcionamiento.
- El libro del edificio debe servir de guía para futuras actuaciones, facilitando la localización de instalaciones, etc..., y no como ocurre en algunas ocasiones en las que se va a acometer una reforma y no sabemos con qué nos vamos a encontrar. Se imaginan si cuando vamos a reparar nuestro coche nos dijeran: “parece ser que es de los inyectores, vamos a desmontar, y cuando los encontremos, los reparamos.....”