Ragael G. Parra
El coche mata

Una cosa es predicar y otra dar trigo”, dice un viejo refrán español que continuamente podría aplicarse a los políticos cuando prometen cosas o cuando recomiendan hacer algo. Por ejemplo, los políticos que piden a los ciudadanos que utilicen el transporte público, porque el “Metro vuela” o porque los autobuses ecológicos “contaminan menos”.
Todo muy bonito, pero ellos no se apean del coche, que además es oficial y suele llevar incorporado el chofer, con lo cual se evitan las tres peores cosas del tráfico: el coste de la gasolina, las averías de los automóviles y el no poder aparcar. Algunos dirigentes están en vías de evitarse también el “cuarto mal” del tráfico: los atascos, bien por la vía de ir precedidos por motos de la policía municipal, bien porque empiezan a funcionar también los helicópteros oficiales. Ya lo utilizó el ministro José Bono para llegar a Madrid nada más enterarse del accidente del helicóptero en Afganistán, aunque para eso tuviera que pedir permiso al alcalde Gallardón y al presidente del Real Madrid, Florentino Pérez, para aterrizar en el césped de Santiago Bernabéu.
El tráfico en las grandes ciudades españolas no tiene solución, en eso están de acuerdo casi todos los expertos municipales de circulación, con excepción de los que afirman que cada vez que se intenta arreglar con medidas coercitivas lo único que se consigue es trasladar el problema a otro punto negro.
Esa fue la filosofía que llevó a la alcaldía de Madrid a Alvarez del Manzano que acabó de un plumazo con todas las grúas que se llevaban los coches mal aparcados. Eso le valió el favor de los ciudadanos motorizados que le dieron en tres ocasiones la mayoría absoluta, antes de que Gallardón le “birlara” el puesto con apoyo de Aznar. Ahora Gallardón ha decidido acabar con los árboles para ensanchar las calzadas para los automóviles y salvo un grupo de vecinos y ecologistas nadie protesta.
En este sentido los conductores-votantes se comportan como los fumadores que siguen consumiendo tabaco a espuertas a pesar de los anuncios escandalosos puestos en las cajetillas: “Fumar mata”.