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Raúl Heras

Florentino, el Magnifico

Hace poco más de quinientos años, Lorenzo de Médici, que murió joven y famoso ya en su tiempo, convirtió Florencia en uno de los grandes centros de la política, la economía, el arte y la cultura. Es el más conocido de una dinastía que influyó en la vida europea durante dos siglos, siempre a caballo de los intereses cruzados del Vaticano, las Repúblicas italianas, Francia y España.
Si su padre, Pedro el Gotoso, casi gobernó desde la cama debido a su enfermedad lo que no le impidió mantener la expansión de los Médici, hay que atribuirle a su abuelo, Cosme el Viejo, tan feo, duro y amante del arte como su nieto, el mérito fundacional de la dinastía.
Cosme puso las bases del ascenso de los Médici al poder. Jugó a la política y con la política, influyó en los políticos y en los cardenales, les prestó dinero a todos y se ocupó de las miserias humanas de todos, logró de ellos favores y adjudicaciones públicas. Hábil, rocoso, inteligente, culto tal y como la ocasión y su tiempo requerían, se convirtió en la mejor de las referencias para su nieto Lorenzo, al que enseñó el arte del gobierno y de los negocios antes de que se pusiera al frente de la familia con sólo 21 años.

En los otros 22 que vivió sentado en el salvaje potro del poder, el que sería conocido como "El Magnífico", atacó y pactó con el Papado, fue mecenas de artistas, prestamista de reyes, confabulador de golpes militares, siempre astuto, siempre pendiente de mantener a su familia en el "trono" florentino, hasta el punto de colocar a dos Papas en la sede de San Pedro, uno de ellos su propio hijo, que gobernaría el Vaticano como León X.

De los Médici y su larga historia, Giovanni Papini ofrecería este retrato social: "No provienen, como la mayor parte de los señores de Italia de aquel tiempo, de la nobleza feudal, ni de dinastía de caudillos o aventureros afortunados. Vienen del pueblo y durante casi dos siglos edifican lenta y oscuramente su patrimonio con el comercio y el arte del cambio". Tenía razón, salvo que los últimos miembros de la dinastía, los que volvieron del exilio forzoso montados en las armas españolas de Carlos V, se olvidaron de sus orígenes y se dedicaron a pactar con las familias de la oligarquía florentina, algo en lo que les ayudó, curiosamente, una española, Leonor de Toledo, hija del virrey de Nápoles y pieza básica en la estrategia del emperador de asegurar la presencia española en la ciudad italiana y en el poder comercial y estratégico que representaba.

Es en estos días y en estos tiempos, viendo la ascensión económica y social del ingeniero de Caminos, exconcejal madrileño, fabulador de comodines políticos y empresario, Florentino Pérez, cuando me obligo a recordar y a indagar en la emblemática villa de la Toscana y en la más recordada y famosa de sus familias.

El hombre que en dos llamadas de teléfono es capaz de comprar al banco de Santander primero Dragados y luego Unión FENOSA desde la atalaya de ACS, cambiando en ambas ocasiones el equilibrio de poder en dos sectores tan importantes en la economía hispana como el de la construcción y el energético, se presentó en la Primavera de 1986 en Sevilla acompañando a Miguel Roca, tras haber pensado y montado la "Operación Reformista", y conseguido la nada desdeñable suma de 4.500 millones de pesetas de las de entonces para su lanzamiento.

El objetivo era de laboratorio: conseguir los escaños suficientes para que desde el centro político, un pequeño partido de corte liberal, se convirtiera en comodín parlamentario y de gobierno de la derecha y la izquierda. Su fracaso - que le anuncié, no por visionario, si no por la lógica política que llevaba a pensar a casi cualquiera que los españoles no podían votar como presidente a un líder catalán de CiU que se presentaba encabezando otra formación política, pero con el seguro de vuelta - le permitió olvidarse de los experimentos, conservar a todos los amigos y a alguno más y lanzarse a la vida empresarial hasta lograr con la suma de pequeñas empresas y el apoyo de Carlos March convertir a ACS en 20 años en uno de los grandes grupos de este país, con su propia fortuna por encima de los 600 millones de euros.

Me acuerdo de aquella conversación sevillana y del favor que le hicieron los electores. A él, a Carlos Bustelo que le ayudó en el diseño desde el Banco de España, y hasta a la familia Del Pino, que fue la principal "aportadora" de los dineros. También de otras mantenidas a lo largo y ancho de estos años. De su habilidad para no decir lo que no debe decir aunque sepa de su conocimiento, de su cordialidad siempre, de su talante, de sus influencias y de sus excepcionales condiciones para llegar a acuerdos y convertirse en el eje central de las más variadas y difíciles operaciones de consenso, ya sean en la arena política o en la empresarial.

Me acuerdo y mucho de sus medias verdades y medias mentiras a la hora de defender a los amigos. De sus cordiales enfados. Y por encima de todo, de su capacidad para estar en tantos sitios y con tantos colores. Llamar "magníficos" o "galácticos" a una pequeña parte de sus jugadores de fútbol siempre lo he considerado un error o un perfecto camuflaje. En el Real Madrid, el único, el galáctico, El Magnífico, con mayúsculas, es él. ¿Quién si no es capaz de gastarse veinte mil millones de fichajes, no conseguir un solo título importante y mantener la fe y la credibilidad de los socios?; ¿quién si no él es capaz de volver a venderle parte de la antigua Ciudad deportiva al Ayuntamiento de la capital, lograr el apoyo de todas las fuerzas políticas, y ganar para el club más de cien mil millones de las antiguas pesetas?.

Es verdad que como florentino (convertido el adjetivo en sustantivo) le veo más en el papel de Cosme que en el de Lorenzo, y no sé si entre sus sueños está el convertir a uno de sus nietos en presidente del Gobierno, que no en Rey o en Papa, que son cosas de otros tiempos, como culminación de una pasión política que nunca le ha abandonado, pese a que lo parezca. Se ha colocado tras las bambalinas, fuera de esos focos, pero creando una auténtica "Corte" en el palco del Bernabeu, tan lugar de peregrinaje y reverencia como en el siglo XV fuera la Florencia de los Médici.

Si le tengo que advertir que en este país de envidias camine el éxito con cuidado. Que haga lo que el abuelo de Alfonso Ussia realizaba cuando una obra suya alcanzaba la ovación en el estreno: pregonaba a los cuatro vientos que su salud era espantosa. Y lo explicaba al camarero que le servía el café: "ya sabe usted que en este país no se perdona tener éxito y tener salud". El mejor y más fiel de los amigos de su vicepresidente primero, se aplica esa receta a sí mismo desde hace años. Y le funciona.

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