Ragael G. Parra
¿Chalets o pisos?

Antaño cuando viajaba por el mundo haciendo reportajes una de las cosas que más me llamaban la atención de muchos lugares: Estados Unidos, o Nicaragua, pasando por Irán o Australia era el concepto que tenían los indígenas de esos países que habían visitado España.
Cuando se referían a nuestro país en muchas ocasiones lo llamaban “el país de los pisos”. Al principio no lo entendía, pero con el tiempo me di cuenta que lo que más llamaba la atención del urbanismo español era precisamente el que vivíamos en ciudades donde predominaban las casas en altura, de pisos, con calles estrechas y poca distancia entre unas viviendas y otras.
El urbanismo de pisos no es postestativo sólo de España, sino de todas las ciudades europeas, pero mientras en Francia, Gran Bretaña o Alemania la ampliación de las ciudades hacia el campo abierto y las urbanizaciones de chalets unifamiliares es un fenómeno temprano, de principios del siglo XX y antes, en España las ciudades siguieron creciendo bajo el viejo modelo del burgo medieval y los chalets se empezaron a construir para los fines de semana y el tiempo de ocio.
La vida en unifamiliares y en chalets aislados ha tenido un auge importante en los últimos diez años en nuestro país, pero el fenómeno no acaba de cuajar. Muchas familias que nada más casarse eligieron el chalet en la nueva urbanización, han decidido cambiarlo por un piso en la ciudad en cuanto sus hijos han alcanzado la pubertad. Mientras fueron niños, los jardines y las piscinas cumplieron su misión de esparcimiento y solaz, pero al cumplir los 14 años, los jóvenes prefieren la calle mayor, las plazas urbanas y sus padres se quedan sólos teniendo que cortar la hierba y limpiar una piscina que casi no se utiliza. Y eso después de una dura jornada de trabajo.
A una cierta edad se empieza a añorar el piso llano, sin escaleras y sin jardines que limpiar y podar. Amplio y con mucha luz, pero cómodo y cerca de los lugares de interés de la ciudad.