Los dos acontecimientos, tan distintos y tan poco distantes, representaron en un mismo lugar la capacidad que tiene la Villa y Corte para servir de altavoz a todo tipo de reivindicaciones, incluidas las propias.
La primera de las manifestaciones ya ha conseguido uno de sus objetivos: que el presidente del Gobierno reciba a los líderes de la AVT, y al resto de las asociaciones de víctimas del terrorismo, sea cual sea el origen de éste, para explicarles su calendario de “negociación” con ETA, que es el que ha aprobado mayoritariamente el Congreso, y escuchar de labios de éstos su negativa a cualquier tipo de pacto o conversación que no pase por la antesala de la renuncia a la violencia y la entrega de las armas por parte de la organización terrorista. Una exigencia, conviene recordar, que hasta ahora no se le había hecho a ningún Gobierno, y todos han hablado con ETA, y en condiciones peores que la actual. La diferencia o el cambio de actitud hay que buscarla de nuevo en lo sucedido entre el 11 y el 14 de marzo de 2004; y en lo que ha representado para los dos grandes partidos políticos ese cambio no previsto en los calendarios electorales. Las mutuas acusaciones de ruptura del consenso indican que siguen y nos obligan a todos a seguir en campaña: primero por las elecciones vascas, ahora por las gallegas, y casi sin solución de continuidad por la percepción de que Zapatero puede adelantar las generales, y, en todo caso, las autonómicas y municipales de 2007 se van a vivir desde una larga, larga precampaña. Todo a cara de perro, por lo mucho que se juegan los dos líderes, más si cabe en el orden interno de sus respectivas organizaciones.
La segunda de las manifestaciones intentaba que los “votantes” del COI, que dentro de unas pocas semanas, en Singapur, tendrán que decidir cuál de las ciudades finalistas organiza finalmente los Juegos de 2012, se vieran envueltos en la superbandera de más de tres kilómetros, y que así dejaran en la cuneta de los deseos a nuestros dos grandes rivales: París y Londres. Un objetivo más difícil de conseguir a nivel burocrático y de bloques de poder, tal y como está funcionando la mundialización, que a nivel deportivo, que para eso bastaría con asomarse a cualquier medio de comunicación, en cualquier lugar del mundo, y comprobar cómo nuestros más jóvenes campeones, desde el automovilismo al tenis, pasando por el motociclismo y la gimnasia, dominan el panorama deportivo sin ningún tipo de complejos.
El primero de los ritos, el doloroso por los recuerdos, miraba hacia el pasado sabiendo que el futuro no lo escribirán ni los ausentes, ni los que los lloran cada día. El segundo lo querían escribir los que están seguros de haber ganado ese futuro para Madrid, con Alberto Ruiz Gallardón al frente, al margen de lo que decidan los intereses partidistas de una cúpula olímpica que está tan prisionera de su pasado como lo están la gran mayoría de las víctimas del terrorismo.
Cualquiera que haya participado en una carrera de atletismo o haya visto las últimas pruebas de los campeonatos mundiales de automovilismo y motos, sabe que la entrada en la última curva antes de la meta es casi determinante de la victoria o la derrota. La capital ha entrado en esa curva en tercer lugar, por detrás de las que siempre ha marchado en cabeza, París, y, sorprendida por el sprint final de Londres, que aparecía en el trío perseguidor y que ha conseguido colarse en ese segundo puesto. Se puede dar una reacción final, cabe que París y Londres “pinchen” en los últimos metros, pero debemos empezar a asumir que lo que hemos estado ganando en obras y proyectos se tendrá que aprovechar para otros menesteres que no sean unos Juegos Olímpicos. Todo lo que se ha hecho tiene un gran valor y es verdad que sólo se pierde cuando se cruza la meta.
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