Adiós presidente, adiós
Al final la fecha del dos de abril era buena y los diarios que dieron la noticia tenían la mejor de las fuentes. En los últimos días se habían enredado las cosas y casi todo indicaba que Rodríguez Zapatero iba a posponer su decisión hasta después de las elecciones municipales y autonómicas del próximo 22 de mayo. Eran muchos en el PSOE los que opinaban y opinan que anunciar la marcha cuando aún quedan meses de gobierno es un error.
Pues de forma inmediata quien lo hace se enfrenta a los “meses basura” de su mandato. Ya amortizado por los suyos y por los adversarios se le mirará como a un “pato cojo” al que nadie hace caso y sobre el que todo el mundo dispara.
Esa cruel realidad ha acompañado a todos los presidentes de Gobierno de España desde el inicio de la democracia. Es fácil de comprobar, aunque las circunstancias de unos y otros fueran y sean muy diferentes: Adolfo Suárez anunció su marcha y se marchó por el bien de España; su sustituto, Calvo Sotelo, aceptó serlo por un año, el tiempo justo de convocar elecciones y tras el intento fallido del golpe de estado, con un Landelino Lavilla de candidato que sería víctima propiciatoria para un PSOE cargado de ambición. Felipe González quiso marcharse en varias ocasiones, la última en 1992 cuando se lo comunicó a su partido y al Rey - con el tándem Narcis Serra - José Bono - de recambio, pero no le dejaron. Se volvió a presentar y volvió a ganar y todo cambió hasta el punto de que estuvo a un paso de revalidar el poder en 1996, con lo que eso hubiera significado para la modernísima historia de España.
A partir de ese momento, con José María Aznar en el palacio de La Moncloa, se sabía que tras ocho años el líder del PP no se volvería a presentar. La duda estaba en quién sería su sustituto. Aznar eligió a Mariano Rajoy y cerró el paso a Rodrigo Rato que era el gran favorito dentro y fuera del partido. El atentado del 11-M y la desafortunada reacción del Gobierno hizo que los populares perdieran las elecciones y que José Luís Rodríguez Zapatero alcanzara el poder, como si se hubiese establecido un ritmo de entrada y salidas del gobierno de los sucesores de Cánovas y Sagasta. Ahora me toca a mí, tras ocho años te toca a ti. Veremos que pasa dentro de un año.
Justo en estos días recordaba con otros colegas de escritura las similitudes de la situación actual con lo acontecido en 1992: Tal y como entonces el presidente del Gobierno quería irse; tal y como entonces el candidato a sustituirle era el vicepresidente político; tal y como entonces aparecía en escena en posición privilegiada José Bono; tal y como entonces en la trastienda de Moncloa estaba un “fontanero” tan cualificado como José Enrique Serrano, y tal y como entonces España afrontaba una importante crisis económica. Se me dirá que junto a las similitudes hay diferencias importantes, pero tal y como entonces todo parecía indicar que había llegado el momento de cambio de partido en el poder, con un Aznar y un equipo dispuesto a gobernar tras diez años de monopolio socialista. Y no pasó lo que parecía incuestionable: el PP volvió a perder, la atmósfera en el país se tornó tan irrespirable com o en estos momentos y los ciudadanos se alejaron de unos políticos enfrascados en sus luchas internas y lejos de los problemas cotidianos de los españoles.
Se abre un periodo complicado tras el anuncio de Rodríguez Zapatero. El, personalmente, queda libre para actuar sin mirar el calendario y sin tener que soportar las encuestas de cada día. Los aspirantes a su sucesión ya llevan semanas moviéndose entre bastidores y seguirán haciéndolo de cara a un futuro Congreso que eligirá al cabeza de lista de las elecciones generales. En el PSOE los ejemplos pasados de primarias no son buenos: ni con Borrell, ni con Almunia, ni siquiera con Zapatero. Nada ocurrió como la dirección del partido quería, y las sorpresas fueron mayúsculas.
El PP ha reaccionado como era de esperar: pidiendo elecciones anticipadas y olvidándose de que Aznar también dijo que se iba y nadie pidió que se convocara a los ciudadanos a las urnas. Ahora no toca, ahora toca que durante los próximos doce meses el Gobierno y su presidente se dediquen a gobernar y a poner en marcha todas las reformas posibles que necesita España. Es lo que le dijo Emilio Botín en la pasada reunión de empresarios y financieros en La Moncloa. El presidente del Santander y la inmensa mayoría de los allí presentes ya se han hecho la misma pregunta: ¿en la situación actual, con la economía y las finanzas en el estado en el que están, qué estaría ocurriendo con el PP en el poder?, ¿ se comportarían los sindicatos y los trabajadores de la misma manera?, ¿seguirían los jóvenes en sus casas, sin salir a la calle con el 40 por ciento de ellos en el paro y sin nada claro su futuro?, ¿seguirían igual los nacionalistas de CiU, PNV o BNG frente al estado y el poder central?, ¿mantendría ETA la tregua?... las dudas respecto a estos temas son muchas. Y hasta que el último voto salga de las urnas en las elecciones generales e incluso después, existirán dos dudas: la primera, ¿ganará las elecciones Mariano Rajoy?; y la segunda: ¿gobernará Rajoy si gana por la mínima o tendremos por primera vez a nivel del estado un gobierno de coalición con el PSOE al frente?