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La guerra de los espías

La están fijados los dos frentes y podemos hablar sin temor a equivocarnos de que en Madrid se ha desatado la guerra de los espías y podemos asistir en los próximos días y semanas a una sucesión de dossiers que pongan la estructura del Partido Popular patas arriba. Es una guerra declarada entre dos equipos, el de Esperanza Aguirre y el de Alberto Ruíz Gallardón, en un conflicto que viene de lejos, que tiene mucho de personal y muy poco de ideológico, y que se va a cobrar muchas víctimas, de forma directa y con daños colaterales.

La primera verdad a tener en cuenta es que los dossiers existen, no son nuevos, deambulan desde hace muchos meses por las sedes de los partidos, los despachos de algunos financieros y empresarios, y por supuesto por la sede central de los servicios de inteligencia. Ahora estamos hablando de tres en concreto, que son la suma de varios otros centrados en sus protagonistas: el que le hicieron a Ignacio González como hombre fuerte del Gobierno madrileño y persona cla-ve para intentar dañar a Esperanza Aguirre, contra la que se estrellaron en un primer y desafortunado intento, y que cuenta con los grandes resortes del Gabinete y con una buena parte de los segundos niveles del Ejecutivo; el que le hicieron a Francisco Granados para intentar cortarle las alas a sus aspiraciones futuras partiendo de su pasado como alcalde de Valdemoro y hombre que llegó a la política de la mano de Rodrigo Rato y que hoy contaría con un puñado de jóvenes centuriones dispuestos a colaborar con él para alcanzar el poder, situados en varios Ayuntamientos gobernador por el PP, y con algunos de los consejeros del Gobierno Aguirre; y el que se ha hecho de recortes y seguimientos sobre varios segundos de los dos grandes contendientes, desde Manuel Cobo a Alfredo Prada pasando por ejecutivos del partido como Alvaro Lapuerta o alcaldes populares. Es más, mucho de lo que aparece en esos dossiers ya está publicado y con nombres y apellidos. Y lo que no lo está lleva tiempo en la sede del CNI, en los despachos de Cibeles y la Puerta del Sol, en Ferraz y en la calle Génova. Por no hacer más larga la lista de quienes han leído casi todo.

Una gran parte de esos informes - no los simples seguimientos y las anotaciones de entradas y salidas de unos y otros – relacionan a sus protagonistas con empresarios del sector inmobiliario y empresas que hoy están en una severa crisis, y con actuaciones urbanísticas en diversos ayuntamientos de la Comunidad madrileña. De todos los colores. Y aparece en alguno de ellos los pactos que los tres grandes grupo políticos sellaron antes de las elecciones autonómicas del 2007, por un lado, y los pactos que realizaron tres dirigentes políticos muy concretos para “no hacerse daño” ante la cita con las urnas. Están documentadas las reuniones que tuvieron, los acuerdos verbales que se alcanzaron e incluso el posible reparto de poder al que se podía llegar. En toda guerra se producen víctimas y en ésta ya las hay: para empezar, tanto Aguirre como Gallardón están echando por tierra sus aspiraciones de liderazgo nacional, ya que fuera de la capital y de la región, sus compañeros de partido están más que hartos de sus escaramuzas personales y de las de sus equipos. Y sobre todo de la utilización que otros, y para empezar el Partido Socialista, está haciendo de sus enfrentamientos, tanto de cara a las próximas elecciones gallegas, vascas y europeas, como a los futuros comicios autonómicos, municipales y generales.

Las otras dos grandes víctimas de esta confrontación en las alcantarillas son el PP y su presidente, Mariano Rajoy, que sigue ostentando la “potestas” de su partido, pero no la “autoritas” necesaria para un mínimo de disciplina. El líder del PP ve de nuevo cómo su falta de liderazgo hace daño a su partido, y cómo las peleas entre barones territoriales le impide llevar a la opinión pública su proyecto de gobierno de forma creíble, en una situación ideal para hacer oposición ante la crisis económica que azota a España. La razón del “estallido” en estos momentos está en Caja Madrid y la lucha por el poder en la entidad financiera de cara a la renovación de cargos y sobre todo de la presidencia. Tanto a Gallardón como a Tomás Gómez les interesa defender a Miguel Blesa, por razones muy diferentes pero comprensibles: al primero para cerrarle la puerta a Esperanza Aguirre y sobre todo a Ignacio González, y al segundo para poder colocar a alguien de su confianza si consigue vencer dentro de tres años en la carrera presidencial de la Comunidad.

Y si en lugar de tres años puede hacerse con la nueva Ley aprobada en la Asamblea madrileña y aterriza en ese puesto el ex ministro y actual presidente de las Cámaras de Comercio, Javier Gómez Navarro, pues miel sobre hojuelas. También les viene bien la continuidad del presidente a algunos consejeros del PSOE, IU y de los sindicatos, que tienen un estupendo ingreso todos los años y además pueden apoyar distintas iniciativas de amigos o compañeros de partido. Eso explicaría las últimas votaciones y su para muchos “sorprendente” resultado, sobre todo cuando al consejero Pablo Abejas le habían garantizado los votos necesarios para mantenerse en el puesto e impedir su cambio por Fernando Serrano. Cada uno de los contendientes se ha buscado su particular “acorazado” periodístico para disparar, tal vez sin darse cuenta de que con cada herida que inflingen al adversario están haciendo más grande la suya propia y la de su partido. Al otro lado, en el socialismo madrileño apelan a una frase muy gráfica: “cuando tu enemigo se esté equivocando, no le distraigas”.
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