Madrid era una fiesta
Tomo prestado el título que Ernest Hemingway le puso a una larga crónica convertida en libro sobre el París de entreguerras, aquella ciudad que en los llamados “locos 20” acogió una de las mayores explosiones de creatividad artística que se hayan dado nunca. París era el alma del mundo, el lugar en el que convivían escritores, pintores y músicos con la única intención de disfrutar de la vida con la mayor intensidad posible.
Antes de convertirse en éxito y mucho antes de suicidarse harto de vivir, el novelista norteamericano dejaría en los periódicos de su país muchas crónicas sobre nuestra guerra civil y una emotiva, poco realista y sí muy edulcorada novela con el amor en tiempos de cólera como protagonista: "¿Por quién doblan las campanas?". El título, cogido de un poema de John Donne escrito 300 años antes, tiene una especie de epitafio: “están doblando por ti”.
Me he acordado de las dos novelas este pasado fin de semana. Y aquel que las haya leído o tenga noticias de ellas y de su autor pensará que el fuerte aguacero caído sobre la capital ha empapado todos y cada uno de mis circuitos cerebrales y de ahí la extraña e inesperada mezcla de placer y dolor, de fiesta y de muerte. Tiene una explicación, que es esta: El Madrid de Nadal y Contador, de los tres equipos de Primera, el Madrid del PP de Esperanza Aguirre, vivió una auténtica fiesta, con la prolongación taurina del toro indultado a José Tomás en Barcelona. No se podía pedir más. Incluso la crisis económica daba un pequeño respiro con una espectacular subida de la Bolsa. Hora de que doblaran las campanas, que la alegría llamara a rebato, que hasta un joven de cuyo nombre prefiero no acordarme entrara en la historia como el caballo de Atila y aprovechando que el cine pasaba por aquí metiera en el mismo saco a Ernesto Guevara y a Miguel Ángel Blanco. Es lo que tienen los mítines de partido, que son contagiosos en los excesos. El personal no tiene freno a la hora de pedir más y más a los que se suben a la tribuna.
Vuelvo a la fiesta y a las campanas: Hemingway las hace tocar con la muerte y la pérdida que cada una de ellas supone para el resto de los humanos. Tañidos de dolor, lentos como el paso del cortejo, húmedos como las lágrimas de un funeral. El Jordan que se sacrifica en la voladura del puente ya ha conocido el amor y se despide de su María consciente de que ha elegido ese destino por coherencia con sus ideales, por lealtad a los que le rodean. En el otro escenario, París, escrito unos años más tarde, está también el amor pero las balas se convierten en bebida y el frente de combate está en las encrucijadas del Barrio Latino y en las callejuelas de Montparnasse.
Unamos ambos escenarios en este Madrid de finales de septiembre. Hay fiesta y doblan las campanas: que cada uno coloque el ritmo que más desee. Para Esperanza la fiesta era su gran fiesta, su regreso al liderazgo tras el duro Congreso de Valencia: ahí están sus risas y guiños con el alcalde Gallardón, sus complicidades con Rajoy, sus manos unidas con Camps, su evidente sintonía con Rato y Álvarez Cascos. No se si ella puede representar el papel de Gertrude Stein y Cristina Cifuentes el de Alice B. Tocklas. No sé si Cascos puede ser el marchante Kahnweiler, que se hizo rico en su apasionante apuesta con aquel malagueño con ojos de universo, o si Rato podría jugar a ser y no ser al mismo tiempo un trasunto de aquel Ford Madox Ford que siempre aparecía para salvar a alguno de los miembros de la “generación perdida”.
Sonaron las campanas: unas con ritmo popero de Shakira y Abba, con mensajes cifrados en sus letras, campanas de boda por poderes: Esperanza y Rajoy con Gallardón de testigo. Otras, campanas de aviso: suben los corsarios por el Manzanares en chalupas de papel prensa, despacio por estos meses de sequía política, a la espera de las aguas de primavera y los deshielos. Allá por junio volverán a sonar los badajos y cada cual volverá a oír al bronce sonar de forma diferente.
Madrid, ya digo, era este fin de semana que se ha ido con los traidores nudillos de ETA clavados en la aldaba del asesinato, una auténtica fiesta, sobre todo para la mujer que se sienta en el sillón de mando de la Puerta del Sol. Tanto ella como el alcalde de las mil sonrisas pueden contestar a la pregunta de Jonh Donne de la misma forma: “las campanas siempre doblan por mí”.