Todo el año es carnaval
Habría que recordar, una vez más, a Mariano José de Larra, mientras celebramos en Madrid los carnavales. Porque no es exagerado decir que en Madrid, como en el resto de España, todo el año es carnaval y, como en otras ocasiones, quizá más que en otras ocasiones, la campaña electoral se presenta como una gran carnavalada.
Los políticos se enmascaran en palabras y en decisiones; hay quienes no se quitan la máscara en todo el año, y cuando se les cae nos entra la duda de si su rostro no será una nueva máscara. No sólo se enmascaran los atracadores y los defraudadores. Se enmascara la realidad de lo que está sucediendo, y una buena máscara para eso son las estadísticas. Decía Chumy Chúmez que las estadísticas no mienten, los que mienten son los que las interpretan. ¿Y qué decir de las promesas electorales? A muchas de ellas, si se les quitara la máscara, se quedarían en nada.
A pesar del mal tiempo, del frío y la lluvia, los madrileños han sabido divertirse en carnaval. Los madrileños saben poner al mal tiempo buena cara. Este año se ha aprovechado la conmemoración del bicentenario del 2 de mayo, cuando el Alcalde de la que entonces era una diminuta población, Móstoles (si Andrés Torrejón resucitara y viera lo que ahora es Móstoles, se quedaría de piedra), llamó a los españoles porque la Patria estaba en peligro. Y toda España respondió. Hace falta memoria histórica sobre este hecho. Pero parece que la memoria histórica se debe detener en la segunda república.
No hace falta celebrar el gran carnaval de la hipocresía y el cinismo: se celebra todos los días y a todas horas. Cada vez el carnaval de la mentira goza de más adeptos.
Sería bueno que los carnavales se celebraran al revés. Que en estos días se quitaran las máscaras, y los rostros nos ofrecieran la verdad desnuda. Sería un espectáculo fantástico, irreal, por su puesto, porque ¿quién se atrevería a mostrar la verdad, y acabar con una costumbre de tantos años, de convivir con las máscaras del engaño y de la mentira? Es una costumbre tan nociva que corremos el riesgo de pensar que no hay nada detrás de la máscara.