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Economía contra sotanas

"No nos sobra ni un voto”. Eso al menos no se cansa de repetir José Bono, candidato del PSOE por Castilla-La Mancha, definiendo con rotunda claridad lo reñido de unas elecciones, en las que el PP ha encontrado como aliado la crisis económica y el PSOE una inesperada algarabía de sotanas. Izquierda Unida, la formación menos estridente y oportunista de estos comicios, se conforma con mantener su discurso igualitarista, público y hasta ecológico, alentada por unas encuestas que le auguran que superará el temido umbral del cinco por ciento.
El tan ansiado voto adquiere una vez más categoría de emblemático para socialistas y populares en la Comunidad de Madrid, obligados los primeros a romper la primacía del PP, condenados los segundos, con Esperanza Aguirre a la cabeza (ella se juega demostrar que es una gran líder nacional), a mantener su referente político de más envergadura, so pena de causar una debacle en el partido que tardarían años en remontar. Necesidades en cualquier caso ambas que, como cabe esperar, se están proyectando en esta precampaña, aunque con desigual incidencia. El PSOE por el momento se conforma con “pasear” a algún que otro ministro por los municipios madrileños, Rubalcaba en Fuenlabrada o López Garrido en Las Rozas, frente a un Partido Popular que es lo que se dice un no parar, especialmente el fichaje estrella de Mariano Rajoy. El número dos de la candidatura del PP por Madrid, Manuel Pizarro, que en su primera comparecencia ya anunció que llegaba a sudar la camiseta, se está haciendo omnipresente en una precampaña que tan pronto exhibe como campo de batalla la economía, contesto elegido por el PP, que se topa de bruces con la Conferencia episcopal y se lanza, como es el caso del PSOE, a una cruzada ideológica contra el sector más inmovilista de la iglesia que tan bien encarna el arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela.
Intentando esquivar el amargo cáliz que supone para el PP esta “guerra religiosa” desatada sin cuento por lo más rancio de la Conferencia Episcopal, algunos de cuyos prelados preparan su propia campaña, y no menos dura que la política, para hacerse con el control de la misma, los dirigentes populares son presa de una fiebre que les lleva día sí y día también a mercados, fábricas o, incluso, a los toros, escenario este último en el que Eduardo Zaplana, con castiza chulería, hizo el paseillo en Villalbilla.
Bien de la mano de consejeros y alcaldes, bien con la propia Esperanza Aguirre, la candidatura de Mariano Rajoy recorre lo ancho y largo de la geografía madrileña, con especial predilección por la zona Sur, ese granero de votos por el que todas las elecciones rivalizan PSOE y PP.
Hablando de la marcha de la economía se ha podido ver a Pizarro en Valdemoro, “nuestro país es el que más paro genera”, aunque el ingenio verbal del número dos por Madrid está dando para mucho más, pues hora elogia la voz de la mujer de Zapatero, que hora recrimina a Chaves el PER andaluz o se declara más catalanista que el mismísimo Tarradellas evocando su legendario “ja soc aquí”.
Machacando sobre la piedra económica Gabriel Elorriaga recalaba estos días en Pinto, mientras que Cristóbal Montoro hacía otro tanto, aunque en su caso pisando salón y no asfalto, con la clase empresarial madrileña en la capital del oso y el madroño. Y puestos en este frenesí, Soraya Saenz de Santamaría, ha hecho lo propio en Coslada y Montoro hará un bis en San Sebastián de los Reyes, en una semana en la que el “equipo de la champions league” (Aguirre, sic) de Rajoy se hacía la “foto medioambiental” de la candidatura durante un paseito, aperitivo incluido, por el Retiro.
Y mientras el PP exprime el amargo limón económico, el “cisma” Iglesia-Estado ha servido a los socialistas para cargar dialéctica y políticamente su campaña. El llamamiento nada subliminal de los obispos para que no se vote al PSOE, salido, o tal parece, de las cocinas de Rouco Varela, ha servido al PSOE de Zapatero para recuperar el discurso laicista y “progre” del inicio de la legislatura, en un intento por movilizar el voto de esa izquierda crítica que sólo acude a las urnas cuando presiente el peligro de volver a las cavernas.
El factótum de Ferraz, José Blanco, ha puesto el cascabel a los díscolos prelados con un “cuidadín, cuidadín” acerca de lo que se les puede venir encima tras el 9-M, que no es otra cosa que cortar el grifo de la financiación estatal a la iglesia, algo que ya intentó, teniendo que recoger rápidamente velas, el otrora poderosísimo Alfonso Guerra. En cualquier caso, la batalla contra la púrpura se está convirtiendo en un buen estribillo de campaña para el ejercito electoral de Zapatero, sea el soldado Bono, Tomás Gómez o López Garrido, uno de los pocos dirigentes, además de Trinidad Jiménez (Pinto), Mercedes Cabrera (Leganés) o Alfredo Pérez Rubalcaba (Fuenlabrada), que ya ha pisado la arena de los municipios madrileños para tararear también en Las Rozas otro de los hit parade de la temporada electoral, el melodioso cese del hoy consejero de Trasportes de Aguirre, Manuel Lamela, por su actuación en el “caso Severo Ochoa”.
En lo que no difieren PSOE ni PP, ni tan siquiera Izquierda Unida, es en haber diseñado unas campañas tecnológicas e interactivas, que como plato fuerte ofrece al votante internauta, “chatear” con el candidato llámese éste Zapatero, Rajoy o Llamazares.
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