9 de marzo
Ya hay fecha para las próximas elecciones generales. Como estaba previsto se celebrarán el domingo 9 de marzo, cinco días antes de las anteriores del 2004 que le dieron la victoria por sorpresa a José Luis Rodríguez Zapatero. Muchas veces, a lo largo de los dos últimos años se ha venido hablando de un recorte de la legislatura que el PSOE habría planeado para tratar de acercarse a la mayoría absoluta en las urnas aprovechando algún momento de debilidad de su contrincante. Pero ese “momento” no ha existido, Zapatero no ha conseguido nunca en este tiempo despegar más allá de los seis o siete puntos por encima de Rajoy, distancia que ha ido disminuyendo poco a poco hasta situarse casi en un empate técnico, sin que parezca que en estos dos meses y medio vayan a poder cambiar mucho las cosas. En 2004, los socialistas sacaron cinco puntos de ventaja a los populares (42,6% contra 37,6%), cosa que de repetirse o de disminuir ligeramente dejaría las cosas casi igual.
Parece claro que si ZP hubiera visto la posibilidad de alcanzar la mayoría hubiera disuelto las Cortes y habría ido a unas elecciones anticipadas, pero las negociaciones con ETA fracasaron absolutamente y el Estatut de Cataluña se convirtió en un fiasco para el Gobierno socialista que nadie entendió por qué el presidente se había empeñado en sacarlo adelante a costa de todo.
El último golpe que recibió Zapatero fue la derrota absoluta de los candidatos socialistas en Madrid, donde Rafael Simancas y Miguel Sebastián fueron barridos por Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz-Gallardón sin que el “efecto ZP” se sintiera en ningún momento, al revés. Lo único positivo de este desgaste sufrido en los cuatro años de Gobierno ha sido el poco éxito del jefe de la Oposición, Mariano Rajoy, que no ha conseguido romper nunca la barrera del suspenso en las sucesivas encuestas de popularidad. Un Rodrigo Rato o un Gallardón, incluso una Aguirre, al frente del PP hubiera puesto en serias dudas la victoria de Zapatero en marzo.
Los electores llegan a las urnas muy cansados de ver cómo los políticos se sacuden mamporros orales cada vez que salen a la palestra sin que ninguno de los dos principales partidos sea capaz, por otra parte, los problemas que más afectan a los ciudadanos: de dar solución al coste de la vivienda, el paro, los bajos salarios, los cortes de luz, los transportes públicos o la llegada del AVE a Barcelona. Y eso que, con excepción de la llegada masiva de cayucos a Canarias y los últimos atentados de ETA, la legislatura no ha podido ser más tranquila en lo social. Ni siquiera ha habido, por ejemplo, atisbos de que se produjeran en España situaciones como las que ha padecido Francia o Italia con la inmigración.
Curiosamente cuanto menos diferencias sustanciales hay entre los programas de los dos grandes partidos, PP y PSOE, más se enconan las posiciones de sus dirigentes. En lo económico, por ejemplo, nadie podría atisbar cambios sustanciales entre lo que ha hecho Pedro Solbes y lo que hizo Rodrigo Rato en sus ocho años de vicepresidente económico. En la lucha antiterrorista, Zapatero intentó lo mismo que Aznar en su primera legislatura llevar a los etarras al terreno de la política. Y en relación con la Iglesia Católica, la más activa en su oposición a los socialistas, tampoco parece que haya habido cambios sustanciales: el Estado sigue contribuyendo al sostén de los obispos muy por encima de lo que exigiría la legalidad, los colegios católicos siguen teniendo preferencia en las subvenciones de la enseñanza concertada, casi al mismo nivel que las escuelas públicas y Zapatero fue a recibir al Papa Ratzinger en su visita a Valencia otorgándole todos los honores de jefe de la Iglesia.
Y por si todo ello fuera poco, tras la ruptura de la tregua por parte de ETA, Zapatero ha hecho prácticamente suyos los planteamientos más restrictivos hacia los partidos y políticos vascos radicales, como la ilegalización prevista de ANV, lo que ha encrespado aún más a dirigentes del PP, que no dudan en avisar ahora a los españoles que si gana Zapatero “volverá a negociar con ETA”, subiendo un punto el diapasón de los argumentos electorales.
Los socialistas tampoco han explicado a los españoles el por qué defendían con tanta insistencia la excarcelación de De Juana Chaos –que llevó a los líderes de la Asociación de Víctimas del Terrorismo hasta el paroxismo- o la participación electoral de Batasuna con otros nombres, si meses después no han dudado en reencarcelar a Chaos, meter en la cárcel a Otegi y proceder a perseguir a todo tipo de siglas que suenen a ETA. Para ese viaje no hacían falta alforjas.
Si Bambi, primero, Bambi de hierro, tras ganar las elecciones, y ahora Alicia (en el País de las Maravillas) vuelve a ganar en minoría se desconoce qué es lo que va a hacer, pero con casi total seguridad se irá mucho más a la derecha intentando seducir a esos empresarios, que como el presidente de la CEOE, Gerardo Díaz-Ferrán, no dudan en alabar la política económica de Pedro Solbes como “más vale lo bueno conocido” y a los españoles que quieren una España fuerte, que el futuro presidente del Congreso, José Bono (si gana el PSOE), defendía con uñas y dientes el otro día frente al líder de CiU, Artur Mas, en un enfrentamiento público que hubiera sido inconcebible al principio de la legislatura cuando Zapatero quería darle más autonomía a los catalanes y jugaba con ERC en el Tripartito catalán y con Mas en sus reuniones en La Moncloa.
La idea de que las diferencias entre PP y PSOE están desapareciendo hace que muchos ciudadanos se pregunten por la utilidad de su voto, lo que podría provocar que el 9 de marzo se produjera de hecho la mayor abstención en unas elecciones generales, como un voto de castigo a ambas formaciones políticas. Pero ellos no lo verán así y acabarán echando la culpa a la indolencia de los hispanos y a que prefieren irse de fin de semana que acudir a votar.