Ascensores en las fachadas

Mi padrino, el actor Alberto Romea, vivió la mayor parte de su vida en el número 3 de la calle de Carretas, semiesquina a la Puerta del Sol. Era un quinto piso sin ascensor. Mis tíos Elisa y Pepe, anticuarios, vivían también en un quinto piso, pero en la calle del Almirante, con altos escalones de madera. En este caso, a partir del tercer piso, en cada descansillo había un banco para que los “escaladores” pudieran reponer fuerzas. Quizá una de las razones de que mi padrino y mis tíos llegaran a edad avanzada se deba al hecho de tener que hacer un ejercicio forzoso para llegar a sus viviendas.
El otro día pasé por Carretas 3 y pude comprobar que, con siglo y medio de retraso, en el inmueble se había instalado un ascensor. Pero en el centro de Madrid, y en barrios periféricos, hay todavía miles de viviendas, con cuatro o más alturas, y que no disponen del espacio y requisitos administrativos para contar con ascensor.
Ahora leo que se va a modificar el Plan de Urbanismo para permitir la existencia de ascensores en las fachadas, lo que estéticamente quizá no resulte grato a la vista, pero puede mejorar la vida de muchas personas de edad que se las ven y las desean para acceder, tras la correspondiente escalada, a sus viviendas. En este, y en otros casos, la vida debe primar sobre la estética. La existencia de escaleras de incendios en grandes urbes como Nueva York no es precisamente estética, aunque tenga su razón de ser.
Cuesta hacerse a la idea de ver ascensores trepando por las fachada, pero si se hace con criterios racionales, armonizando el edificio con el ascensor y, sobre todo, si cumple con la función social de facilitar la existencia de muchos madrileños, la iniciativa merece ser apoyada.
Es una lástima que, en su momento, no se pensara en la necesidad de dotar de ascensores a las viviendas de mas de tres alturas. Claro que peor es que se edificaran, en zonas nobles y menos nobles de la capital, grandes edificios sin los correspondientes garajes.