Redaccion | Lunes 20 de octubre de 2014
A la vuelta de la esquina de la Asamblea Nacional francesa y a menos de quinientos metros de la antigua sede central del Partido Socialista francés, en la “rive gauche” parisina, la candidata Ségolène ha montado su centro de operaciones. Ha sacado la parte visible y visitable para el público a un patio interior en el que se han montado los ordenadores de consultas, los mostradores con propaganda electoral positiva de madame Royal y la contrapropaganda que critica tanto a Sarkozy como a Bayrou, y en la que te reciben las secretarias de la sede electoral, por un lado, y el jefe de seguridad por otro.
Las puertas de acceso son del viejo hierro forjado de los antiguos palacetes y los cristales se han blindado ante posibles asaltos o ataques no deseados. El barrio es tranquilo, burgués, caro y limpio. Muy cerca del Sena y a medio camino entre el Louvre y la Eiffeld. Y el patio parece sacado de una película española de los años cincuenta o de una verbena de barrio: cientos de rosas rojas y falsas cuelgan boca abajo en una especie de manifiesto político de los de antes. Es la imagen del viejo partido de izquierdas clásico, nada que ver con la tecno sede del ex ministro del Interior, volcada en sus dos plantas en la tecnología y en la televisión; ni nada que ver con la sede del resucitado centrista Bayrou, muy cerca de allí, al fondo de un patio de garaje, que me recordó de inmediato al CDS de Adolfo Suarez y su escasez de medios.
Ségolène Royal representa en sí misma un cambio muy importante en la vida política francesa y me atrevo a decir que mundial. El candidato “lógico” de su partido hubiera sido su compañero y marido, François Hollande, que es el primer secretario del PSF y su máximo responsable. Pero… con discrepancias externas incluidas ha sido ella la que se ha hecho con la responsabilidad de competir. Quizás Hollande no habría ganado en la batalla interna frente a Fabius o Strauss-Kant. Esa es una de las dudas que se quedarán sin resolver y para siempre. Ese es un primer apunte.
Su caso es singular también por ser la primera vez que una mujer compite en Francia por la presidencia con posibilidades de victoria. Junto a ella concurren otras tres, todas en el espectro de la izquierda, pero sus posibilidades son nulas. Ségolène tiene carisma, da bien ante las cámaras, tiene una larga experiencia política, y si bien ha moderado mucho su mensaje para acercarse al centro sin abandonar algunas de las ideas río del feminismo militante, seguro que si llega al Eliseo el cambio se hará notar mucho más que si el “trono” de Francia lo ocupa el favorito en todas las encuestas, Nicolás Sarkozy. Habrá otra forma de abordar los problemas, todos los problemas a los que se enfrenta Francia, que no son pocos y que van desde la propia Constitución europea que sus compatriotas tiraron por tierra a la emigración, la deslocalización industrial o las relaciones internacionales en un mundo en el que la “grandeur” del general De Gaulle es imposible de mantener por mucho que se esfuercen los franceses de todo tipo.
La candidata socialista sabe que su primera misión es “pasar el corte”, algo que no logró Lionel Jospin y que llevó a su rival Chirac a una gran victoria en la segunda vuelta al recibir miles de apoyos que lo que buscaban era cerrar el paso al neofascista Le Pen. Debe quedarse para un mano a mano con Sarkozy, que no tiene ningún problema dentro de la derecha, para lo que debe captar votos en el centro izquierda y la izquierda; y luego girar hacia el centro para atraer lo más posible a los que hayan votado en primera instancia a Bayrou. Ahí estará la clave, su ser o no ser, dando por descontado que la gran mayoría de los apoyos de los otros candidatos vayan a caer de su lado. No serán suficientes: comunistas, trostkistas, ecologistas y alternativos representan menos que el centrista de la UDF.
Es una apuesta difícil y con un resultado que puede llegar a ser traumático y arrastrar a dos por el precio de uno: a ella y a su compañero y primer responsable del PSF. Sus adversarios internos, que son poderosos, no dejarán pasar la ocasión para promover un cambio profundo en todas y cada una de las estructuras del partido socialista. Es el pago que tendrá que hacer por su derrota y por la derrota acumulada de sus antecesores. Basta con mirar las web de Ségolène y Sarkozy para darse cuenta de que el ex ministro del Interior ya está jugando sus cartas en el futuro, mientras que a su competidora aún le puede la historia y los viejos métodos de actuación política. En lo que coinciden ambos, junto al resto de candidatos, es en su aproximación a la Francia profunda, a la Francia que no es París, a la Francia campesina y de provincias.
Su calendario de mítines así lo demuestra. Ségolène está convencida de que su victoria o derrota no dependerá de lo que decidan los habitantes de la capital. Sus posibilidades de acceso al Eliseo y la Presidencia están en el interior, y en ese veinte por ciento de nuevos votantes de los que nadie sabe cómo van a reaccionar.