como la vida misma/Arturo Ruibal
Redaccion | Lunes 20 de octubre de 2014
Arturo Ruibal
Los medios informativos nos han contado estos días pasados, a propósito de la placa colocada en la calle Arenal de Madrid, la historia del cuento que el padre Coloma dedicó a finales del siglo XIX al principito que años después reinaría como Alfonso XIII. "El ratoncito Pérez" fue su título, y pronto arraigó en la sociedad española disfrazado de tradición que todavía perdura. Los niños son los únicos humanos gobernados por la imaginación; bueno, también los artistas puros. Niños y artistas admiten la magia como una realidad más y la incorporan a su vida cotidiana: bien mirado, nada tiene de raro creer en un ratón que trae regalos a cambio de un diente, pues más inverosímil es ver a tantos merluzos ejerciendo de concejales y, sin embargo, pocos adultos biempensantes se asombran de que tal cosa ocurra.
Los políticos, que nada tienen de niños y muy poco de artistas, no deben dejar sus colmillos bajo la almohada de su vanidad, en la que tan a gusto reposan. Faltar a ese principio puede acarrearles desventuras, como ocurre ahora con Rato, que asomó a la primera de "ABC" pregonando su capacidad para ser sucesor de Aznar y faltando, por tanto, al juramento de Santa Gadea que los tres candidatos habían hecho. Una debilidad de Don Rodrigo que, unida a las vacas flacas de la economía española y a la inflación yacente y subyacente, le ha hecho perder el favor del presidente. Claro que los otros dos tampoco están en un momento glorioso: a Jaime Mayor todavía le duele su derrota por ausencia en el debate presupuestario vasco, y Rajoy lleva dos meses con pesadillas manchadas de chapapote. ¿Hará este conjunto de errores subir la cotización de Acebes y Gallardón? No parece: el primero no es hombre dotado para campañas electorales y el segundo, la gran esperanza blanca, tiene ante si una prueba de fuego en las próximas municipales; si pierde, adiós a los sueños de gloria.
Bonito cuento podría escribir el padre Coloma a los principitos de hoy.