Redaccion | Lunes 20 de octubre de 2014
La actitud de los líderes políticos en estos días lleva a cualquier ciudadano que se preocupe un poco, tan sólo un poco, por la vida pública en democracia al mayor de los hastíos. Ese ciudadano comprueba como ninguno de ellos piensa en la sociedad a la que dice servir ( y si lo hace lo oculta de forma muy eficaz), y que los partidismos e intereses personales se colocan por encima de cualquier otra meta. Un fenómeno repetitivo que se acrecienta ante el espeso y penetrante olor de las urnas.
La pelea, que no debate, entre Rodríguez Zapatero en el Congreso ha confirmado que entre el PSOE y el PP no existen vías de comunicación, mínimos puntos de contacto, temas sobre los que dejar a un lado los egoísmos y pensar en España en su conjunto. El presidente se ha visto apoyado por todos los grupos parlamentarios menos por su principal rival electoral, y éste, en su soledad satisfecha, no ha hecho el más mínimo gesto de acercamiento institucional. Erre que erre, cada uno culpa al otro y el espectáculo que dan a los ciudadanos, al margen de sus militantes, es penoso y triste. Y cansado, muy cansado en su repetición.
Asistimos a más de lo mismo desde hace un año. Pasado el susto de su derrota el PP ha regresado a la política de máxima dureza desde la oposición, con el tema del terrorismo como eje de su discurso; y desde el PSOE y el Gobierno, esa postura que creían que les beneficiaba, ya se han dado cuenta del desgaste progresivo en su credibilidad que les está causando. No tanto por las declaraciones y posturas de los portavoces populares, desde Rajoy a Zaplana pasando por Acebes o algún que otro presidente autonómico, como por los ecos mediáticos que despiertan y de los que se auto alimentan, hasta el grado de plantearnos la duda, más que razonable, de si la dirección política del primer partido de la oposición está en la calle Génova o en la calle Pradillo, sede del diario El Mundo; y de si es Mariano Rajoy y su equipo los que marcan la línea a seguir o si son Pedro J. Ramírez y Federico Jiménez Losantos los que cada día marcan el rumbo y la intensidad del mismo.
El presidente se equivocó de forma lamentable el día 29 de diciembre. De la cruz a la raya. Y el día 30 quedó descolocado y fuera de sitio tras la terrible bomba de Barajas y la aparición de dos cadáveres. Ha pedido disculpas, sinceras o no en sede parlamentaria y eso debería bastar en la lucha contra ETA y el terrorismo para no intentar explotar ese error, esa postura, más allá de lo que de verdad significó el Pacto Antiterrorista, que se quiera ver o no ha quedado viejo desde hace muchos meses, y que partía de otro hecho muy poco democrático: dejarlo reducido a los acuerdos de los dos grandes, sin la participación de las formaciones nacionalistas y de izquierdas. Y Rajoy se equivocó al defender el boicot a la manifestación del sábado y en su radical y tremendo discurso en el hemiciclo del Congreso. Tocaba ser generoso, con estatura política y moral, por encima de los trapicheos, dudas y cambios de actitud de Zapatero. Si quería dar una lección de estado ahí estaba la oportunidad. La desperdició y se quedó en la pura y dura estrategia partidista, alumbrada por una táctica que le ha dado oxígeno a aquel al que quería asfixiar.
Los ciudadanos que viven en España ven como su clase política se aleja de sus problemas de cada día, e incluso de los grandes temas que han dado forma a los estados y naciones de nuestro tiempo. Y ven como se empeña en destruir, alterar, cambiar y utilizar ese cambio para sus intereses, lo mejor, más útil, más valioso y necesario de defender dentro y fuera de nuestras fronteras como es la lengua en común, la historia en común, el patrimonio cultural y social que ha forjado eso que desde fuera llaman España y el español, y que desde dentro cuesta aparentemente tanto de decir por su nombre. Es una de esas paradojas a las que nos han llevado los sucesivos gobiernos de la democracia y especialmente este último: en el mundo existen trescientos millones de personas que están orgullosas de hablar el español; y aquí, existen unos pocos miles que se resisten a hacerlo y que van ganando posiciones dogmáticas, excluyentes y empobrecedoras cada día que pasa.
Si bajamos a las situaciones internas de cada formación, es posible que el presidente del Gobierno y su ministro del Interior mantengan serias discrepancias sobre el proceso del fin de la violencia terrorista y de la negociación con ETA; y es más que posible que el secretario general del PSOE no le cuente todo lo que sabe a su secretario de Organización. O lo que es lo mismo: Rodríguez Zapatero escucha mucho a sus dos segundos en ese tema, Rubalcaba y Blanco, pero les hace muy poco caso. Llama y bastante a José Bono, pero cada uno expresa opiniones diferentes. El resto del Gobierno es “gestionado” por la vicepresidenta y ni entra en esos temas.
Otro tanto ocurre con el líder de la oposición, que escucha mucho a su sanedrín de los lunes en la calle Génova, pero les hace muy poco caso, ya sea el que emite sus opiniones Josep Piqué, Javier Arenas o Alberto Ruiz- Gallardón. Y es posible que Mariano Rajoy les pregunte a Angel Acebes y a Eduardo Zaplana por la estrategia más adecuada o la táctica más oportuna, pero tal parece que las decisiones cruciales las toma por libre y con ayuda de la almohada.
Eso cuentan los allegados de uno y otro en los cenáculos de la Villa y Corte. Y lo contrastado es que ambos dos, presidente y opositor, se han equivocado con contumacia y perseverancia digna de mejor causa en los últimos días. El primero moviéndose con increíble torpeza tras el atentado de ETA en Barajas, y el segundo abanderando en su partido la no asistencia a la manifestación del pasado sábado tras el solicitado cambio de slogan. Si ZP estaba contra las cuerdas y “sonado”, Rajoy se ha puesto a “bailar” alrededor, sin atreverse a dar el golpe definitivo, que habría sido presentarse en la “mani” con todos los suyos y hacerle ver al presidente que esa voz, la de los manifestantes democráticos, era la única que podía y debía escuchar, y no la de los negociadores de la organización terrorista que, o mandan muy poco, o se ríen de nuestro primer ministro.
Es todo así de triste y es así el hastío que produce. Nada indica que vaya a cambiar algo de aquí al 27 de mayo, fecha electoral. Y muy poco hace pensar que tras los resultados predecibles se produzcan cambios de dirección hasta las elecciones generales. Menos mal que la economía aguanta, que vamos a seguir creciendo por encima del tres por ciento y que la locomotora del “ladrillo” sigue echando humo por más decisiones tontas que se tomen. Miedo da imaginar el futuro con bache económico y un veinte por ciento de emigración de media en nuestras ciudades. El espejo de los vecinos debería llevar a la reflexión política y social. El cultivo electoralista de la marginalidad es fácil y de efectos fulminantes sobre la estabilidad democrática.
Post Scritum.- ZP sigue manteniendo en activo el viejo y para él divertido y útil enfrentamiento entre Rubalcaba y Miguel Barroso. Se deja aconsejar por el malagueño Torres Mora y ha rescatado del olvido al antiguo “gurú” electoral de Joaquín Almunia. Digamos que son los últimos chascarrillos del poder en la Villa y Corte.
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