Redaccion | Lunes 20 de octubre de 2014
Hace ya un tiempo que se descubrió el estado madre. Es una versión dulce del gran hermano, no del de la tele sino del de Orwell,
aquel que controlaba la vida de sus súbditos en “1984” esa novela a la que se le pasó la fecha sin que pasara nada. O quizá sí, que diría un gallego. Los últimos años han sido un tiempo de intromisión en las conciencias. Pasas por una autovía y alguien te envía un SMS a través de las pantallas de tráfico: “No podemos conducir por usted”. No hablemos de la persecución contra los fumadores.
Yo no lo soy, pero me siento solidario con esos pobres colegas que abandonan el mullido calor de las oficinas para intoxicarse a la intemperie con un chute de óxido nitroso mezclado con ácido nicotínico.
Lo que no me esperaba es que vinieran a por los gordos, esto estaba fuera de todas mis previsiones. Es verdad que la amburguesa,
como dice Abraham García, no es el círculo perfecto. A mi me gustan, las he comido, pero muy pocas veces en esos restaurantes
en los que te dan las patatas en una bolsa de papel. Hace algo más de un año hice un largo viaje por los Estados Unidos. Comprobé que esas marcas que se abren como mujeres fáciles en las aceras de la Gran Vía son el lugar donde cena el lumpen, los que no tienen mucho más de diez dólares para gastar al día. Hay otros restaurantes donde la hamburguesa es sabrosa, equilibrada, y está encerrada entre dos mejillas a las que sí se puede llamar pan sin mentir como Pinocho. Hay incluso entre nosotros un restaurante que presume de dar la hamburguesa más cara ¿del mundo? Al menos de España.
El primer aviso de anidad al ruedo ibérico ha sido el toque de atención contra la XXL de una conocida marca. Dicen que el filete gigante tiene unas mil calorías, algo así como un inmenso plato de macarrones.
No entiendo dónde está el problema. No sé si los obesos examinados hasta ahora en las consultas de la sanidad pública han confesado que se lo deben todo a la XXL. Lo dudo. Más bien pienso que los consumidores de esa bomba de calorías son jóvenes
que se gastan el talego de calorías en media tarde. Da la sensación de que a Sanidad se le han terminado los argumentos para fomentar el aceite y el jamón de bellota, la salsa de tomate frente al ketchup, y el cocido frente al pollo frito en grasa de cacahuete.
Ponerse en jarras a prohibir no conduce más que a un círculo vicioso, y contribuye a hacer más atractivos los elementos proscritos.
Por lo demás cada uno se llena la panza con lo que quiere o con lo que puede, y lo mejor es dejar que la competencia eduque el gusto de los consumidores, si quieren.Hace ya un tiempo que se descubrió el estado madre. Es una versión dulce del gran hermano, no del de la tele sino del de Orwell,
aquel que controlaba la vida de sus súbditos en “1984” esa novela a la que se le pasó la fecha sin que pasara nada. O quizá sí, que diría un gallego. Los últimos años han sido un tiempo de intromisión en las conciencias. Pasas por una autovía y alguien te envía un SMS a través de las pantallas de tráfico: “No podemos conducir por usted”. No hablemos de la persecución contra los fumadores.
Yo no lo soy, pero me siento solidario con esos pobres colegas que abandonan el mullido calor de las oficinas para intoxicarse a la intemperie con un chute de óxido nitroso mezclado con ácido nicotínico.
Lo que no me esperaba es que vinieran a por los gordos, esto estaba fuera de todas mis previsiones. Es verdad que la amburguesa,
como dice Abraham García, no es el círculo perfecto. A mi me gustan, las he comido, pero muy pocas veces en esos restaurantes
en los que te dan las patatas en una bolsa de papel. Hace algo más de un año hice un largo viaje por los Estados Unidos. Comprobé que esas marcas que se abren como mujeres fáciles en las aceras de la Gran Vía son el lugar donde cena el lumpen, los que no tienen mucho más de diez dólares para gastar al día. Hay otros restaurantes donde la hamburguesa es sabrosa, equilibrada, y está encerrada entre dos mejillas a las que sí se puede llamar pan sin mentir como Pinocho. Hay incluso entre nosotros un restaurante que presume de dar la hamburguesa más cara ¿del mundo? Al menos de España.
El primer aviso de anidad al ruedo ibérico ha sido el toque de atención contra la XXL de una conocida marca. Dicen que el filete gigante tiene unas mil calorías, algo así como un inmenso plato de macarrones.
No entiendo dónde está el problema. No sé si los obesos examinados hasta ahora en las consultas de la sanidad pública han confesado que se lo deben todo a la XXL. Lo dudo. Más bien pienso que los consumidores de esa bomba de calorías son jóvenes
que se gastan el talego de calorías en media tarde. Da la sensación de que a Sanidad se le han terminado los argumentos para fomentar el aceite y el jamón de bellota, la salsa de tomate frente al ketchup, y el cocido frente al pollo frito en grasa de cacahuete.
Ponerse en jarras a prohibir no conduce más que a un círculo vicioso, y contribuye a hacer más atractivos los elementos proscritos.
Por lo demás cada uno se llena la panza con lo que quiere o con lo que puede, y lo mejor es dejar que la competencia eduque el gusto de los consumidores, si quieren.