Redaccion | Lunes 20 de octubre de 2014
Su abuelo mandó la aviación estadounidense, durante la sangrienta batalla de Okinawa en la que los japoneses comenzaron a perder la II Guerra Mundial. Su padre, que también era almirante, dirigía las fuerzas americanas en Vietnam, cuando él, joven piloto derribado sobre el lago de Truc Bach, languidecía en el Hanoi Milton, la más siniestra de las prisiones norvietnamitas. John McCain, el senador que más posibilidades tiene de convertirse en el próximo candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos, es una leyenda viva.
En su haber están los cinco años y medio durante los que soportó las torturas, trampas y requiebros de los maquiavélicos interrogadores comunistas, que le ofrecían la libertad si pedía perdón. Con la intención de colocar a su padre en una posición embarazosa, le dejaron que partiera sin más, pero McCain exigió que salieran con él los demás cautivos.
De aquella época y de los tormentos, le han quedado como secuelas permanentes decenas de cicatrices y la imposibilidad de levantar el brazo derecho por encima del hombro. Desde 1982, cuando logró su primer escaño como congresista por Arizona, es una fuerza dentro de la política norteamericana. En 1997, la revista Time lo colocó entre los 25 personajes más influyentes del país. En estos días y pese a sus 77 años de edad, aparece como el candidato destinado a disputarle la Casa Blanca a Hillary Clinton.
Todavía no se ha recuperado el partido de Bush del revolcón sufrido hace dos semanas en las legislativas, pero ya ha empezado la campaña de las presidenciales de 2008.
Van a ser unas elecciones fascinantes. Por primera vez desde hace 54 años, ningún candidato es presidente o vicepresidente, nadie juega con la ventaja de hacer campaña desde el Despacho Oval. Puede que emerjan otras figuras, pero en principio hay dos muy claras. Hillary tiene grandes ventajas (reconocimiento público, millones y equipo) y grandes inconvenientes (el 51% del electorado jamás la votaría).
Ninguno de esos defectos se achaca a McCain. El senador por Arizona, que ya entró en la pelea en 2000 e iba embalado hasta que tropezó con Bush, tiene prestigio y popularidad.
Todos los sondeos que le enfrentan a Hillary le dan ganador. No tiene en su armario fantasmas como Mónica Lewinsky, no ha dado nunca giros radicales y aparece coherente y digno. En su contra juegan que dispondrá de mucho menos dinero que su rival y la edad. Si gana, entraría en la Casa Blanca con más años de los que tenía Ronald Reagan cuando se aupó al poder.