Redaccion | Lunes 20 de octubre de 2014
Ahora que ya podemos estudiar desde una cierta distancia los resultados de la reciente 'cumbre' iberoamericana de Montevideo,
ha llegado el momento de comenzar a sacar conclusiones. El hecho de que Néstor Kirchner le pidiera al Rey Juan Carlos, aprovechando su presencia en la 'cumbre' iberoamericana de Montevideo, que medie en el conflicto de las papeleras que enfrenta a argentinos y uruguayos, es, sin duda, bastante más que una anécdota.
Seguramente, no mucho es lo que podrá hacer el Monarca español para resolver el contencioso, pese a que una empresa
española está involucrada. Pero mucho es, en cambio, el significado de que alguien como Kirchner, capaz de pasar del calor al frío extremo en instantes, un hombre cuyas excentricidades se temen en Buenos Aires y en otras muchas capitales iberoamericanas y europeas, trate de convertir al jefe del Estado de España en mediador.
Y es que la figura de Don Juan Carlos pesa mucho en Iberoamérica. Ha sido una verdadera lástima que, por enfermedad, la Reina no haya podido acompañarle en esta 'cumbre' de Montevideo, ni en la visita oficial que ahora inicia a Paraguay.
Porque el Rey de España es muy querido y hasta diría yo que bastante admirado en las repúblicas iberoamericanas. Claro
que no es como en el caso de la Reina de Inglaterra en la Commonwealth, pero existen suficientes lazos históricos, lingüísticos,
de costumbres, de cultura y hasta económicos como para pensar que el papel en el subcontinente del hombre que en España representa a la Corona podría ser mayor del que es.
Regreso de un largo y muy interesante viaje por tres países iberoamericanos, en los que he coincidido con políticos, con
empresarios y con periodistas. Frecuento cuanto puedo América Latina en todas sus vertientes y versiones: hace veinte años,
pisé por primera vez Montevideo, como corresponsal político volante del diario madrileño El País. En la capital uruguaya
daban una recepción en honor del Rey de España, de visita oficial allá entonces; se me acercó alguien de sonrisa amplia
y mano tendida, diciéndome 'Jáuregui, El País'. Pensé, vano y simple redactor yo de mi diario, que resultaba extraño que hasta
Montevideo hubiera llegado mi fama. No era tal: Jáuregui, de El País, era quien me saludaba, un editorialista del influyente y
serio diario uruguayo.
Nunca olvidé esa anécdota --perdón por la alusión personal-- y ahora, veinte años después, he podido volver a saludar a mi homónimo Julio César Jaureguy --los apellidos se modifican, pero la raíz permanece--, y confío en mantener para siempre la amistad que ha nacido entre nosotros. Tengo un tío que se llama Felipe Calderón, como el electo presidente mexicano, y un amigo que se llama Oscar Arias, y muchos apellidos destacados de políticos, literatos, enseñantes, funcionarios latinoamericanos se desparraman también por mi familia.
¿Cómo no entender, así, que hay mucho en común entre ambos lados del Atlántico, demasiado como para desconocerlo o minimizarlo?¿Cuántas veces habrá que repetir siempre lo mismo?
Todos los que 'cruzamos el charco', aunque solamente sea una vez, comprobamos inequívocamente el interés que lo español
suscita, que no es, a su vez, sino reflejo del interés creciente de los españoles por invertir, hacer turismo y hasta retirarse a vivir en América Latina. Existe una comunidad creciente de intereses, pese a los muchos desentendimientos y recelos.
Yo mismo me he lanzado, con inmensa vocación periodística, pero con aún mejor voluntad, a crear una red de diarios en Internet con base en ocho capitales iberoamericanas: las nuevas tecnologías me permiten lo que hace veinte años, cuando encontré por primera vez a Jaureguy, no podía hacerse.
De ahí el interés de multiplicar contactos, de hacer congresos con asistencia de ambas partes, de crear pasillos de información de ida y vuelta. De ahí el interés en mantener estas 'cumbres', como la pasada de Montevideo. Y sí, es verdad que esta reunión, a la que asistí, en la capital uruguaya ha sido algo así como una ocasión perdida, o semiperdida, llena de ausencias y portazos.
Pero, al menos, las cumbres subsisten, y ya se piensa en la decimoséptima edición, en Santiago de Chile, que habrá de contar con otras características para ser más útil.
Yo diría que, por su significado de 'primus inter pares' a quien, sin embargo, nadie le ha dado la primogenitura, y pese a la
indudable relevancia de muchos de los mandatarios presentes en Montevideo, la principal figura de la 'cumbre' ha sido, precisamente, el Rey. Y es lástima que Don Felipe, su hijo, con muchas cualidades para heredar el papel de su padre en las
muy cambiantes sociedades iberoamericanas, no se prodigue más por aquellas tierras. Porque España se prolongará hacia
América Latina o no se prolongará, de la misma manera que para los iberoamericanos nuestro país es un espléndido puente
hacia Europa.
Algo así vino a decir el Rey en su discurso inaugurando el encuentro de Montevideo cuando habló de la necesidad de caminar juntos, porque la iberoamericana es la comunidad democrática más importante del mundo, tras la anglosajona. De lo que no estoy tan seguro es de que todos hayan podido, o sobre todo querido, entender el mensaje del Rey; algunos, porque ni siquiera acudieron a escucharlo. Una verdadera lástima, porque las posibilidades de cooperación y de oferta de cara al mundo exterior, incluyendo los Estados Unidos, son inmensas.