Redaccion | Lunes 20 de octubre de 2014
Intuyo que una época informal está a punto de terminar. Regresa, desde el fondo del armario, el nudo Windsor con todas sus variantes. Legiones de descorbatados han descubierto las ventajas de una prenda tan alabada como denostada, según las épocas y las modas.
Y ya sabe usted cómo son estas cosas: los que hasta hace unos días despreciaban la etiqueta del clasicismo, se han convertido en los más acérrimos defensores de la vuelta al orden vertical de las corbatas.
Los últimos en adoptar la norma han sido los directivos del Real Madrid, que han impuesto la norma en el palco. La regla rige desde el último Madrid- Barcelona. Hay que pensar que la llegada de un entrenador italiano tiene algo que ver con este cambio de estilo. En
el banquillo, desde siempre, se han sentado dandys de vestuario como Vanderlei Luxemburgo, aquel mister que sólo rozaba la
estética hortera cuando presumía del precio de sus trajes. Ahora, para sentarse en el palco entre empresarios del ladrillo y ejecutivos
de las eléctricas, hay que ponerse chaqueta y corbata, y si te presentas con un polo te la prestan y te tragas un ridículo colosal.
Tan sólo se hacen excepciones con los tenistas tipo Nadal, a los que nadie va a reclamar la cinta al cuello, porque encorbatados
son como un tigre domesticado que ruge sin convicción. Hasta los diputados de la Esquerra, que parecen vestidos por un sastre de
Corleone, se han puesto corbatas metálicas de criptonita para viajar a Madrit (sic).
Antes de que el Real Madrid impusiera normas severas de vestuario, Lorenzo Milá había pasado por el lazo diario cuando se asomó a la portada de un suplemento nacional para decir ufano que le gusta más con corbata.
Se entiende que hablaba del telediario, y que después de vacilar entre el si y el no durante dos años ha llegado a la conclusión
de que a lo mejor con Milá ha descubierto que la informalidad del cuello abierto o del jersey de angora propone una promiscuidad que agota. Presentarse en el palco del Bernabeu como quien va de caza, con chaqueta de pana y coderas será muy country, pero va contra la esencia de ese escaparate de poder: no se va al palco a ver el fútbol sino a cuajar negocios.
Toda una nueva clase, que pisa moqueta, ha hecho el viaje a las tiendas de Serrano para comprar la moda que cuelga del cuello, que
este año se lleva con rayas. Es el signo de los tiempos. La aportación del zapaterismo consiste en eso, en domesticar las formas a
la periferia de la clase política y periodística. Ahora aspira a ponerle corbata a Otegui como un día se la pusieron a Jerry Adams.