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El "Rey" tiene fiebre

Redaccion | Lunes 20 de octubre de 2014
Hace diez años la economía española comenzó a tomar de forma constante y en dosis cada vez mayores un tónico estimulante llamado popularmente “ladrillo”. Sus efectos se notaron enseguida: el país comenzó a crecer por encima de la media europea, soslayó las caídas de Alemania, Francia o Italia; se construyeron una media de seiscientas mil viviendas cada año y la red de infraestructuras viarias cambió la cara geográfica de muchas regiones; se crearon miles de puestos de trabajo que sirvieron para acoger a miles de inmigrantes; la sociedad aguantó un endeudamiento de las familias como no se había conocido nunca y que subía mes tras mes; y el indudable bienestar general pudo hacer posible que la crisis política y el enfrentamiento cainita entre los dos grandes partidos (con un brutal atentado y doscientos muertos por medio) no se convirtiera en crispación social.
El “ladrillo”, el sector inmobiliario y de la construcción, se convirtió en el auténtico “Rey” de nuestra economía, en el factor diferencial respecto a otros países, en el motor del desarrollo, por más críticas que se le hicieran y se le hagan, por más “burbujas” que se inventaran y que nunca explotaran, y por más advertencias interiores y exteriores que se lanzaran desde el Banco de España, el Fondo Monetario, el palacio de La Moncloa o los servicios de estudios de las entidades financieras. Todo parecía empezar y acabar en el sector. España vivía por y para la construcción y compra venta de viviendas, para una desaforada escalada hipotecaria en la que ningún banco o Caja quería estar el último, y para un crecimiento urbanístico a lo largo y ancho del país que ha poblado de grúas el paisaje.
Todo exceso conduce al empacho (en este caso financiero y monetario, con una acumulación de plusvalías que no tiene comparación con ningún otro momento de nuestra reciente historia) y a que el organismo se rebele y lance señales de alarma a través de un mecanismo tan sencillo y claro como la fiebre. España tiene fiebre de dinero, el termómetro colocado bajo la ambiciosa o avarienta o voraz lengua de nuestro rey económico ha sobrepasado los 40 grados y demandaba un enfriamiento. Y éste ha llegado de dos maneras: por un lado, la contención de los precios: las subidas se han ralentizado en torno a la vivienda de nueva construcción y se han parado o retrocedido muy levemente en la de segunda mano; por otro, los tipos de interés al alza aprobados desde Europa y el Banco Central están frenando los créditos hipotecarios y colocando a las familias ante la disyuntiva de alargar los plazos de las hipotecas hasta los 40, 50 o más años o entrar en el mercado del alquiler, por lo menos los más jóvenes.

Al mismo tiempo, la presión del mercado, la necesidad de reinversión de los abultados beneficios de cara a Hacienda, y las exigencias de incorporar a los conglomerados empresariales otras áreas de negocio que permitan afrontar un futuro con menores dependencias de la vivienda o la obra pública, ha llevado a todos los grandes a lanzar agresivas operaciones en Bolsa, tanto dentro del propio sector: Martinsa sobre Fadesa, Reyal sobre Urbis, Inmocaral sobre Colonial, Sacresa sobre Metrovacesa; como sobre el pujante y “sumante” sector energético: Acciona sobre Endesa, ACS sobre Iberdrola. Con o sin la complicidad del Gobierno, con o sin la complicidad de los gestores de las empresas opadas.
La tendencia va a continuar. Quedan pocas opciones “libres” que no sea auténticas operaciones especulativas aprovechando el buen momento de la Bolsa y la presión del cuarto trimestre. Urbas es una de ellas, como lo puede ser mañana Testa o Sotogrande; o incluso empresas relacionadas como Uralita o Portland. Y están las grandes, que no han terminado, ni mucho menos, su concentración. Y pondré algunos y buenos ejemplos: Está pendiente el futuro de la presencia de Acciona en FCC. Está pendiente la situación accionarial de Sacyr–Vallehermoso, que permite el “ataque” exterior. Hay que pensar en si Villar Mir no decidirá seguir el ejemplo de Manuel Jove. Algunos de nuestros protagonistas están endeudados hasta las cejas. Pueden y van a realizar operaciones de revalorización o ajustes de activos que permitan equilibrar patrimonialmente las sociedades, pero sus “prestamistas” les van a exigir resultados a corto plazo y pueden surgir las dificultades por más millones de metros cuadrados que se tengan en cartera.
Un paisaje cargado de pasión e interés para los que observamos, analizamos y opinamos. Y para esos millones de españoles que tienen una parte de su dinero en la Bolsa.



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