FIRMAS

El decapitador

Redaccion | Lunes 20 de octubre de 2014
Abu Musa al Zarqaui ya tiene sucesor. Se llama Abu Hamza Al Muhayer y aunque pronto se ganará a pulso un alias más estremecedor, por el momento responde al apodo de El Inmigrante.

Apenas ha transcurrido una semana desde que dos F-16 norteamericanos, con esas bombas de precisión que se guían por láser, hicieran fosfatina el escondrijo del Decapitador de Bagdad y reventaran sus pulmones.

He estado buceando en Internet, rebuscando en las Web islámicas especializadas en difundir vídeos de degollamientos, pero
no he encontrado casi nada de Al Muhayer.

L a CIA y algunos servicios secretos “amigos”, como el egipcio y el jordano, cuentan seguro con un dossier, pero por la Red sólo he localizado retazos. El nuevo jefe de Al Qaeda en Irak tiene el perfil típico.

Nació probablemente en Egipto, pasó por Afganistán para curtirse, cree que hay que imponer la fe de Mahoma en todo el mundo y es un paranoico peligroso. Dentro de pocas semanas, tendremos noticias de él y muy negras. Mi esperanza es que los norteamericanos no tarden en darle su merecido.

Zarqaui figuraba ya en busca y captura en Jordania, pero yo no reparé en su existencia hasta la tarde aciaga en que supimos
que habían asesinado a Nicholas Berg.

Volvía agotado al hotel Palestina, después de haber pasado el día con los legionarios españoles destacados en Diwaniya, cuando uno de los chavales iraquíes del cibercafé instalado junto al control de la entrada, hizo gestos para que me acercara.

Tenía en las manos una copia de la “película” que desde unas horas antes difundían varias webs islamistas. Nicholas Berg era un chico norteamericano, de origen judío, que había llegado unos meses antes a Irak, decidido a montar un negocio de telefonía. Solía frecuentar aquel cibercafé y siempre nos pareció divertido. Era muy deportista y siempre se reía, a pesar de que las finanzas no le marcharan nada bien. La visión del vídeo, me revolvió el estómago. El crimen llevaba la inequívoca marca de Al Qaeda. Sobreimpreso, en la cinta, los asesinos habían escrito: «Abu Musab al Zarqaui mientras masacra a un americano». Nick iba
embutido en un chándal anaranjado, el color de los uniformes carcelarios de Guantánamo.

Los facinerosos no se despojaron de sus capuchas, pero quien que leyó el comunicado, extrajo de sus ropajes el enorme cuchillo,
sujetó por los cabellos a Nick y comenzó a cortarle el cuello despacio, tardando en llegar a las cuerdas vocales para que quedarán grabados en el vídeo los estertores agónicos de la víctima, era Zarqaui.

La puesta en escena, los gritos de dolor, los aullidos de júbilo y los histéricos «¡Alá es grande!» de los matarifes me revolvieron el
estómago. Corría el mes de mayo del 2004 y esa fue la presentación en sociedad del Carnicero de Bagdad. Que se pudra en el infierno.