Redaccion | Lunes 20 de octubre de 2014
El infierno, con sus condenas eternas, sus fuegos y castigos por los pecados cometidos siempre ha sido más apocalíptico y más ruidoso y alborotado que el paraíso, donde el silencio se convertía en música de alabanza hacia el que todo lo sabía, todo lo podía, todo lo anticipaba. Tal vez por esas dos características que hemos aprendido desde el catecismo, Mariano Rajoy al hablar de España y su futuro plantea un infierno entre la algarabía de sus seguidores, y José Luís Rodríguez Zapatero consigue el silencio del beneplácito entre los suyos.
Dos formas de ver a la eterna España, que en estos tiempos vuelve a parecerse a sí misma más que nunca.
Desde las elecciones del 14 de marzo del 2004, el PP y su ala más dura han proclamado que la llegada de Zapatero y el PSOE al poder era el preludio de todos los males para nuestro país. Males que iban desde el desmembramiento de la familia con la ley de matrimonios homosexuales, al desmembramiento de la nación con la aprobación de los nuevos Estatutos de autonomía, comenzando por el catalán. Las declaraciones de la dirección popular son bien contundentes, con un cada vez más inflamado Rajoy a la cabeza, y bien secundado por Angel Acebes y Eduardo Zaplana, la tripleta que invoca a diez millones de votantes cada vez que se sienten boicoteados y ninguneados por la mayoría parlamentaria que ha conseguido aglutinar el presidente Zapatero, y a la que prolongan en sus efectos Gabriel Elorriaga y Soraya Sáenz de Santamaría.
Males que se percibirían con rapidez en la economía y en los negocios ya que España entraría en los números rojos del déficit público. Males que dejarían la educación y la sanidad hechas unos zorros. Males que no lograrían parar el galope desenfrenado del precio de la vivienda. Males que nos dejarían huérfanos de apoyos importantes en el exterior. Condenados a pactar y entrevistarnos con Castro, Chávez y el resto de nuevos líderes americanos. Nunca con el “emperador” Bush; poco o muy poco con Blair; poco o muy poco con Angela Merkel; poco o muy poco con Chirac. Y así hasta el infinito.
La prédica del infierno siempre es apocalíptica, ya que los males que lo acompañan son para siempre. Lo duro de esa forma de hacer política es que los “males” deben ser percibidos por los sentidos, no por la fe. Y los sentidos son temporales. Y lo augurios, por más que se defiendan y logren ser “vistos” tienen fecha de caducidad. A mayor intensidad en el mensaje, menos tiempos de vigencia social.
Infierno y política se funden en la visión que de la España de hoy tienen muchos, pero no todos, dirigentes del primer partido de la oposición. Y esa percepción de lo efímero (con dos años de Legislatura por delante y unas muy competitivas elecciones autonómicas y municipales a la vuelta de la esquina) ha llevado a algunos dirigentes del PP a bajar el pistón, a hablar del purgatorio en lugar del infierno, a buscar incluso acuerdos con el adversario que detenta el poder en el Estado. Entre estos últimos hay que colocar a Esperanza Aguirre, a Francisco Camps, a Josep Piqué, a Alberto Núñez Feijóo, a Alberto Ruiz Gallardón, el gran mimado por las encuestas. Todos ellos acatan a Rajoy y mantienen la presión sobre el Gobierno y el PSOE pero han abierto puertas a la cooperación y al diálogo.
El paraíso está al otro lado. Zapatero ha conseguido que el socialismo se pliegue a sus deseos y a su visión de la España futura. No sin problemas, no sin dudas, no sin discrepancias. Sí, sin quebrantar la unidad del partido y sin que nadie se atreva a oponérsele en el lugar clave: el Comité Federal. El secretario general del PSOE puede que no convenza a los militantes, y menos a muchos dirigentes (algunos le colocan en el limbo, o le colocaban antes del acuerdo de principio con CiU), pero ha sometido a todos. Ni Bono, ni Rodríguez Ibarra, ni Felipe González o Alfonso Guerra se han atrevido a romper. Mantienen las dudas, atacan el proyecto de Maragall y su Gobierno tripartito, sin mencionar al verdadero gestor y promotor que es Rodríguez Zapatero.
El presidente del Gobierno cuenta con un negociador parlamentario de primera en la persona de Alfredo Pérez Rubalcaba, con un “controller” en el partido de los de guante de seda escondiendo el puño de acero, que es Pepe Blanco, con un pequeño grupo de incondicionales que le jalean en su camino. Y el resto, de verdad, le trae sin cuidado. Está tan convencido de que su camino es el del paraíso que no admite tentaciones de cambio de nadie.
Cree que el tiempo juega a su favor. Cuenta con cartas que no enseña hasta el último minuto (como se comprobó en la reunión del Comité Federal en la sede de Ferraz en la que se limitó a exhortar a los reunidos sin mencionar para nada su posterior y decisiva reunión con Artur Mas en Moncloa), y se limita a pedir la fe en su persona y en su proyecto. Y ya se sabe que la fe es la mejor de las llaves para llegar al Paraíso. Eso sí, si el diablo que suele andar en medio de los hombres no te juega una mala pasada y te vuelve loco.
Lo real, entre el infierno y el paraíso, es que la clase política española, de derechas e izquierdas, nacionalistas y estatalistas, ha decidido que la articulación de España con sus 17 Comunidades autónomas cambie, y que cambie en los próximos doce meses. Estamos así en el Purgatorio, ese lugar de tránsito en el que todo se puede cambiar y modificar y pactar y negociar entre los hombres. Serán las urnas y sólo las urnas las que decidirán en qué punto la fe y la razón que esgrimen Rajoy y Zapatero convencen más a más españoles. Con dos aperitivos previos: el primero en Cataluña este mismo año. El segundo, en mayo de 2007.
raulheras@retemail.es
Noticias relacionadas