FIRMAS

Flores para Florence

Alfonso Rojo | Lunes 20 de octubre de 2014
La periodista francesa liberada en Irak ha emergido fresca como una rosa tras 157 días de cautiverio en una mazmorra.

Tiene una sonrisa preciosa. En los últimos años me crucé con Florence Aubenas al menos media docena de veces, y siempre me llamó la atención lo bonito que sonríe. No es de la gente con la que he hecho migas, porque pertenece a una generación más fresca que la mía. Pero al verla el otro día en el aeropuerto, llegando por fin a París, me daban hasta ganas de darle besos a la pantalla del televisor. Hay que tener mucha raza para salir de 157 días de cautiverio y no parecer ‘la dolorosa’. Y Florence, que perdió diez kilos encerrada en una mazmorra, a la que mantenían maniatada y con los ojos vendados, a la que no dejaron nunca sentarse y no podía ni ducharse, emergió de la caverna entera, fresca como una flor. Ha tenido hasta el sentido común de no ponerse a largar como una cotorra, convencida de que su silencio ante la opinión pública y sus confidencias a los servicios secretos servirán un poco a otros secuestrados.

Me encanta Florence, y al escuchar los detalles del día en que la atraparon, me ha dado un escalofrío. No cometió un error de bulto ni fue a meterse en la boca del lobo. Simplemente, tuvo mala suerte, y eso nos podía haber ocurrido a cualquiera de nosotros.

Los últimos tres meses que pasé en Bagdad, cuando no había mucho que hacer y para matar el tedio, solía irme a jugar al tenis a un viejo y elegante club que hay cerca del hotel Sheraton. La entrada principal da a esa plaza que se hizo mundialmente célebre la tarde en que los marines echaron abajo la estatua de Saddam, hace ya más de dos años. Por razones de seguridad, la entrada del club -del que soy socio de honor y donde el único que jugaba era yo- está bloqueada. Para acceder a las pistas hay que dar un rodeo y meterse por un acceso lateral suficientemente estrecho para que no se cuelen los coches-bomba.

El barrio no es muy peligroso pero nunca está de más tomar precauciones. Yo dejaba las raquetas en los vestuarios del club y nunca iba a la misma hora o por el mismo camino. Tampoco de la misma forma. Unas veces paraba un taxi, otras iba corriendo por la izquierda, otras por la derecha y a veces cambiaba inopinadamente de acera.

Una vez por semana, y para que las largas estancias en Irak se hicieran llevaderas, acostumbraba recalar en una peluquería que hay a medio camino. Una cosa que me ponía los pelos de punta es que no había sesión en que alguno de los clientes no me preguntase cuánto pagarían por mi rescate. Yo siempre contestaba que ni un dólar, que a mí no me quería nadie.

Estoy seguro que si los malvados me hubieran puesto el ojo encima, no hubieran servido de nada ni mis palabras ni mis “tácticas evasivas”. Y eso que me harté de ensayar cómo reaccionaría si se me cruzaban unos sujetos patibularios y me conminaban “kalasnikov en ristre” a introducirme en un maletero. Siempre me he dicho que hay que resistirse, correr, o lo que sea, porque es el único momento en que tienes una oportunidad. Hasta llegué a pensar que podía ser útil pegar un alarido y hacer que caía desmayado.

Afortunadamente, y a pesar de la cantidad de veces que hice el recorrido, nunca pasó nada. Duele reconocerlo, pero tengo la firme sospecha de que, si hubieran aparecido los malvados, lo único que hubiera sido capaz de hacer es poner cara de tonto. El ser humano es así.