PREMIOS EXITOS

El futuro de Rajoy

Redaccion | Lunes 20 de octubre de 2014
El presidente del PP se ha ganado a pulso y con esfuerzo su condición de líder de la derecha española. Desde la tribuna del hemiciclo del Congreso de los Diputados ha bajado a la calle, y en ambos escenarios ha cumplido con lo que creía su principal misión estratégica en estos días: cerrar el paso a cualquier veleidad de la derecha más dura por desplazarle del puesto de mando de su partido. De ahí sus posturas y sus mensajes, muy alejados algunos del eje político que le ha caracterizado desde que se asomara a los puestos dirigentes del Partido Popular.

Mariano Rajoy sabía, y sabe -al igual que el resto de la clase política–, que el adversario ideológico está siempre fuera de la organización a la que se pertenece, y que el enemigo personal está dentro. Desde ese conocimiento ha visto cómo los principales ataques, reproches, críticas y zancadillas sobre su persona están saliendo desde las filas populares: se habla, y con razón, de su mala relación con José María Aznar y los cabezas pensantes de Faes, que es quien le cedió la primogenitura electoral y con quienes compartió tiempo y reflexiones desde el poder en el palacio de La Moncloa; se habla, y con razón, de su distanciamiento con Eduardo Zaplana y Jaume Matas, con los que antaño compartió tantas comidas en la casa solariega del suegro del actual portavoz parlamentario del PP, cuando Rajoy ejercía de registrador de Villajoyosa; se habla, y con razón, de que el actual equipo con el que dirige el partido, no es su equipo, y que necesita con urgencia trasladar dentro de la organización y fuera de la misma que él es el director de la orquesta y que cada uno de los músicos que la integran goza de su elección, aprobación y plena confianza.

El líder de la oposición se ha volcado en Galicia en apoyo de la débil candidatura de Manuel Fraga. Conoce de primera mano que el anciano presidente y candidato era la menos mala de las soluciones a la crisis interna que el PP tiene en esas tierras desde hace ocho años, los mismos que han pasado desde que don Manuel anunciara que aquéllas eran las últimas elecciones a las que se presentaba. Colocar a otra persona al frente de las listas populares hubiera significado la ruptura en dos del partido: por un lado Cuiña, Baltar, Cacharro y los suyos; por otro, Rajoy, Núñez Feijoó y los suyos. Dos bandos a los que la cada vez más difícil victoria (para el PP no se trata sólo de ganar, se trata de tener la mayoría absoluta para gobernar) les colocará de nuevo en el trance de formar un inestable gobierno, con la sustitución de Fraga a plazo fijo y antes de concluir la legislatura; y a los que la posible derrota les dejará ante la tesitura de pasar a defender sus feudos provinciales dentro de dos años como la única de sus opciones de poder.

Entre los actos de campaña y las manifestaciones de Madrid y Salamanca, que se han añadido al debate parlamentario sobre el estado de la nación y a dos juntas directivas del PP celebradas en la sede central de la madrileña calle Génova, Rajoy ha conseguido reforzar su liderazgo, con el compromiso de los presidentes de Madrid, Esperanza Aguirre, de la Comunidad Valenciana, Francisco Camps, de Castilla y León, Juan Vicente Herrera, de Murcia, Ramón Luis Valcárcel, de La Rioja, Pedro Sanz, y de Navarra, Miguel Sanz, de apoyarle pase lo que pase en Galicia. Sólo un auténtico desastre, como sería que el PP se quedara por debajo de los 35 escaños, abriría la puerta para que desde dentro del partido se planteara la sustitución de su presidente. Y sólo hay una persona que podría patrocinar con posibilidades de éxito esa maniobra, y se llama José María Aznar, ya fuese para volver a la dirección del partido, ya fuese para apadrinar a una nueva figura.

Esa posibilidad, que existe y se comenta en el seno del PP a niveles directivos, sería un suicidio electoral a corto plazo, dejaría al Gobierno y al PSOE las manos libres y bien seguras para acometer un adelanto de las generales en las mejores condiciones posibles, desplazaría el debate hacia el interior de la derecha, dejando en los márgenes de la vida pública aquellos temas que más pueden dañar al actual Ejecutivo, y desataría una lucha por el poder tan dura que dejaría unas heridas muy difíciles de cicatrizar.

Lo que sí tiene Rajoy por delante a partir del día 20 es la tarea de volver a centrar al PP si quiere tener éxito en la única oportunidad que le queda de convertirse en jefe de Gobierno, sean los comicios generales en 2006 (tal y como piensan y analizan en los despachos de la calle Génova), en 2007 (coincidiendo con las elecciones autonómicas y municipales, que es lo menos previsible y posible), o dejando que sea al final de la legislatura, en 2008, cuando vuelva a enfrentarse a Rodríguez Zapatero sin el trauma colectivo de los atentados del 11-M. En esa tarea, que no es fácil, tendrá que apoyarse en los dirigentes que ejercen poder real, tanto en autonomías como en grandes ayuntamientos. Y de sus dos grandes dudas: ¿qué hacer con su brazo derecho, Angel Acebes, y su brazo izquierdo, Eduardo Zaplana?, una la tiene más fácil que la otra. Acebes puede ser un excelente candidato en Valladolid dentro de dos años, sin que existan batallas políticas y personales con Herrera. Zaplana, esa asignatura ya la aprobó, y con matrícula, y su enfrentamiento con su sucesor, Camps, es total y sin retorno.

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