FIRMAS

Aquella Constitución que cumple 30 años

Redaccion | Lunes 20 de octubre de 2014
Había miedo al ruido de sables y prisa por dejar cerrado un texto que sirviese de marco conjunto. El resultado fue, hace 30 años, una Constitución que tenía lagunas importantes y carencias obligadas. Pero era lo mejor que entonces los padres de la criatura, de marcadas tendencias de derecha, consiguieron. Así salió la cosa, con un ojo puesto en los militares y otro en la iglesia. Hoy, la Constitución del 1978 está vieja, adulterada, rota en muchos de sus enunciados, desprotegida desde el centro y desde la periferia, con deberes pendientes y retrasos considerables en su desarrollo.

Como todo parto prematuro y con forceps, la Constitución española nació hace treinta años con problemas de peso democrático y de respiración en libertad. Pesaban mucho los sables, pesaban mucho los vencedores de la guerra civil, y con la poca experiencia democrática de los últimos doscientos años tampoco podíamos aportar un sólido conocimiento de las instituciones y su desarrollo futuro. No hubiera sido posible otra fórmula de estado, pero acertaron al señalar a la Monarquía como la mejor forma de asegurarnos la convivencia.

Hoy, y al margen de la actitud del Rey durante el intento de golpe de estado protagonizado por el general Milans y el teniente coronel Tejero dos años más tarde, la presencia en la jefatura del estado de Don Juan Carlos es la mejor o casi la única garantía de unidad de este país al que algunos se resisten a llamar España. Apenas hacía tres años que se había muerto el dictador y sólo quince meses antes se habían celebrado unas elecciones generales con participación de las mil familias comunistas.

Los grandes grupos políticos que se habían reunido tras la muerte de Franco en la “Platajunta” designaron a los siete parteros que debían alumbrar el nuevo texto de la convivencia entre españoles, y en los esfuerzos finales dos “comadronas” de lujo como fueron Alfonso Guerra y Fernando Abril Martorell terminaron el trabajo trayendo al mundo a la nueva criatura. Se dijo y pretendió que fuera un texto para un largo recorrido, que aunara voluntades, que evitara las revisiones y enfrentamientos…y podemos ver que una buena parte de sus objetivos los ha cumplido. Con algunas lagunas importantes, y con carencias obligadas y oportunismos manifiestos, el mayor de los cuales se plasmaría pocos años más tarde en el famoso “café para todos” del entonces ministro Clavero Arévalo que convertiría España en un queso gruyere de 17 autonomías. Por querer evitar las formas de la II República, con sus tres territorios “distintos” como eran Cataluña, Euskadi y Galicia, nos inventamos pasados autonómicos donde no los había y pusimos en marcha un regreso al futuro que nos está llevando paso a paso, de forma imparable, a los viejos reinos de taifas.

Aquellos siete ponentes o redactores del texto constitucional eran muy mayoritariamente de derechas: Los tres que representaban al partido en el Gobierno: Gabriel Cisneros, Miguel Herrero y José Pedro Pérez Llorca provenían de la parte más moderada del “matrimonio” entre el franquismo y la democracia cristiana; a la derecha tenían a Manuel Fraga, que se había estrellado electoralmente con su candidatura de los otros “siete magníficos” toda vez que entre Adolfo Suárez, José María de Areilza y Pío Cabanillas le habían “birlado” su idea de un “centro” democrático importado desde su embajada londinense; y a la izquierda estaban un socialista católico y vaticanista como Gregorio Peces Barba, y un comunista moderado y catalán como Jordi Solé Tura. Para completar el septeto, la gota nacionalista la puso un “botiguer” tan práctico y dialogante como Miguel Roca.

Así salió la cosa, con un ojo puesto en los militares y otro en la iglesia, con muchas carencias y algún que otro “bajonazo” de última hora pues el tiempo apremiaba y mientras Suarez preparaba su segunda victoria en las urnas, Felipe González apretaba el paso para llegar a La Moncloa. Y así nació una Constitución embridada, cargada de temores que ha ido perdiendo a lo largo y ancho de estos treinta años, con complejos por todas partes, con su tímida apuesta por la capacidad de los españoles de a pie para decidir en libertad su futuro.

Hoy, la Constitución de 1978 está vieja, adulterada, rota en muchos de sus enunciados, desprotegida desde el centro y desde la periferia, con deberes pendientes y retrasos considerables en su desarrollo, deseando convertirse en federalista sin ser federal, con el aliento contenido en cuanto a la estructura monárquica y machista del estado, golpeada por 17 estatutos insaciables, y amenazada por una Carta Magna europea que ya ha sufrido tres abortos.

Aquella Constitución que votamos casi todos y que nos sirve de tapadera de muchas de nuestras comunes vergüenzas se parece muy poco a la de hoy. Le han hecho tantas operaciones de cirugía estética, se le ha añadido tanto “botox” literario que lo mejor que podemos hacer de una vez por todas es actualizarla, desde la a a la z, con todo aquello a lo que no se atrevieron hace 30 años y con todo lo que desean los que han nacido desde entonces. Para suerte de todos, con grave crisis económica incluida, esta nuestra España no se parece en nada a aquella otra que se acostó un seis de diciembre sabiendo que de los casi 27 millones de españoles con derecho a voto habían acudido a las urnas tan solo un 67 por ciento, y que de esa cifra, el 88 % había dicho sí a la Constitución.