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Matanzas y cenas

Redaccion | Lunes 20 de octubre de 2014
Todos los años Rafael Santamaría, que ya es uno de los grandes empresarios de la Bolsa española que mejor está navegando en la tormenta financiera que azota a todo Occidente, y Mar Moliner, su mujer, nos convocan por estas fechas a un grupo de amigos a la tradicional matanza que realizan rodeados de familia en sus predios de Valdepeñas. Durante 48 horas nos juntamos entre olivos, encinas, carrascales y barbechos de cereal gentes de Cataluña, de Andalucía, de Aragón y de las dos Castillas que aprovechamos el bueno y pecaminoso yantar para caminar por las trochas de la finca, bajar el colesterol en vena que hemos metido entre pecho y espalda, y hablar de economía y de política. Mucho de ambas cosas ya que los empresarios quieren oír pronósticos y análisis de la lucha entre los dos grandes partidos de cara a las elecciones de marzo; los financieros dejar caer con prudencia sus vaticinios acerca de lo que debe hacer y hará el francés Trichet con los tipos de interés en Europa; los políticos de ambos lados demostrar que la rivalidad es compatible con la afabilidad; y los periodistas aceptar el juego de las confidencias y convertimos tanto en objeto de deseo acerca de los vicios y virtudes de la Villa y Corte, como en receptores de las palabras pronunciadas para no ser repetidas, mientras una copa de vino y un pequeño solomillo recién sacado del fuego, desata las lenguas y las risas.
La última de las preguntas es la más fácil de hacer y la más difícil de acertar: ¿ Quién va a ganar el nueve de marzo?. Si les respondes que siempre el que gobierna tiene ventaja y que se pierde desde el poder y no se gana desde la oposición, lo aceptan por el paso de ocho elecciones generales y la facilidad de comprobarlo. Si planteas que el Gobierno de Zapatero se ha equivocado en cuestiones fundamentales y se ha excedido en la improvisación y la ocurrencia, asienten con pasión. Y si les explicas que Rajoy ha perdido cuatro años en mantenerse al frente del PP en lugar de haber renovado a fondo el partido y poder presentar hoy un equipo nuevo como alternativa, coinciden contigo y se lamentan de la dura y estéril Legislatura que hemos cerrado.

Son gentes sensatas, la mayoría de una derecha liberal, a la que le gustaría que España no estuviera mirándose el ombligo de su realidad constitucional y territorial, que estuviera discutiendo en los foros públicos cómo competir en una economía mundializada y con problemas comunes que van desde la energía a la emigración, pasando por el cambio climático y la competencia de los nuevos mercados emergentes; a los que les preocupa la educación de las nuevas y futuras generaciones y creen que cada Plan estatal o autonómico es peor que el anterior; y que cada día ponen en sus puestos de trabajo lo mejor de sí mismos para poder mirar al mañana con la mirada cargada de optimismo.
Hay amigos de Zapatero y hay amigos de Rajoy y hasta amigos de Pizarro, que es la última de las estrellas en saltar a la escena política. Les gustaría que ganara el PP, creen que va a ganar el PSOE. Asumen la importancia de la participación como factor crucial de los resultados, y no le arriendan las ganancias al que el día 10, con la victoria en el bolsillo, tenga que sentarse a negociar con los nacionalistas catalanes, vascos y gallegos la mayoría parlamentaria y el futuro gobierno. Y votarían por un gobierno de concentración entre los dos grandes que pusiera coto a las desviaciones que se han vivido en los últimos años de nuestra Primera Transición.

El regreso del campo manchego me impide cenar en Burgos y poder el lunes sentarme con más de noventa periodistas de América Latina para hablar de información y de Internet, de relaciones de poder y cambios democráticos, del siglo XXI y de la nueva sociedad que ya ha nacido y está creciendo a toda velocidad bajo los cansados pies de la letra impresa y de unas organizaciones políticas concebidas para el siglo XIX. También allí están amigos del día a día, algunos como Fernando Jáuregui con los que llevo de vigía de esta España nuestra desde hace 30 años, y otros como Luís Abril con los que he recorrido un camino de confianza y confidencias a partir de dos retratos del antiguo Banesto que eran diametralmente opuestos. Son dos estupendos ejemplos de la amistad desde la diferencia, y con los que discuto las salidas de esta situación en la que estamos y en la que nos han colocado nuestros dirigentes políticos, por encima del resto de los ciudadanos, ya que los tres estamos más que de acuerdo en el diagnóstico de la “enfermedad”.
Me pierdo, pues, Burgos, y me gano el Madrid de las mil batallas y las mil cenas. Una de ellas no tiene desperdicio por los dos protagonistas principales: el discreto y poderoso multimillonario Marc Rich, y el expresidente José María Aznar. El rico que vive más en Suiza que en España invitó al político, y los asistentes comprobaron que el segundo de ellos habla ya un excelente inglés, que escucha con atención y afirma con contundencia, y que su alargada sombra sigue mandando en el PP.
Rich ha pasado por todos los estados políticos que se pueden imaginar, desde su exilio forzoso de Estados Unidos hasta el indulto que le otorgó Clinton en uno de sus últimos actos como presidente, a sus peleas económicas y financieras por los mercados de futuro con antiguos socios tan duros como Jacques Hachuel. Educado, exquisito, de regreso de casi todo y atento a casi todo quería conocer de primera mano las opiniones de Aznar y sobre todo sus apuestas para los próximos años. Y sobre todo su interpretación del espectáculo cainita vivido entre Esperanza Aguirre y Alberto Ruíz Gallardón bajo la mirada quieta de Mariano Rajoy.
El resto de comensales disfrutó tanto de las palabras como de los silencios de uno y otro. Tanto de lo que se dijo como de lo que se calló. Y llegaron a una conclusión tan certera como la que tenemos la gran mayoría de los periodistas que llevamos muchos años mirando la escena tragicómica de los partidos y sus luchas: gane o pierda ( sobre todo si pierde ) el PP debe abordar un cambio en profundidad, no puede vivir bajo las sombras de sus dirigentes, por más méritos que hayan hecho en el pasado. Y Aznar los ha hecho y grandes.
Matanzas y cenas, actos sociales en los que España se coloca sobre el mantel para defenderla con el mismo ardor con que se critica a los que la dirigen, para intentar comprenderla en sus rápidas transformaciones, para agarrarse a lo más profundo e histórico de su espíritu, para colocarse al lado del optimismo y vencer a ese pesimismo que tantas veces nos alcanza en el camino y nos convierte en nuestros peores enemigos.