Redaccion | Lunes 20 de octubre de 2014
Cada vez está más claro que si, como parece, Zapatero vuelve a ganar las elecciones de marzo de 2008 y Rajoy se hunde, la batalla por la presidencia del PP está entre el alcalde Alberto Ruiz-Gallardón y la presidenta de la Comunidad, Esperanza Aguirre. Rodrigo Rato, que podría ser el candidato de consenso entre gallardistas y aguirristas, no está por la labor. No sólo porque acaba de fichar por el banco de inversión Lazard, que eso podría arreglarse, sino porque una vez que te vas de la política como hizo el vicepresidente económico de Aznar, es muy difícil retomar las relaciones, crear un equipo y volver a enfrentarse al día a día del partido.
Va a ser difícil, muy difícil, encontrar otros candidatos que reúnan las condiciones de líderes nacionales que han adquirido tanto Gallardón como Aguirre y va a ser muy complicado que ambos se unan en un sólo frente. Eso sólo podrían hacerlo si uno de los dos cediera y aceptara, por ejemplo, ser presidente del Congreso o ministro de Asuntos Exteriores, por decir algo. Hay, qué duda cabe, otros muy buenos candidatos, como el propio Francisco Camps, presidente de la Comunidad Valenciana, pero tendría que empezar prácticamente de cero y los dirigentes y hasta los militantes del PP tienen prisa, no quieren volver a tener que resignarse otros cuatro años en el "infierno", mientras ven cómo un candidato al que todos ellos desprecian -Zapatero- les chulea una y otra vez.
El propio ejemplo de ZP en el PSOE, la forma en que salió elegido por sorpresa frente al candidato con "más méritos", José Bono, es difícil que se repita en el Partido Popular e incluso sería casi imposible que lo hiciera en el propio PSOE.
En la derecha, el personalismo, la imagen personal, tiene mucha más importanciaa que en la izquierda, donde prevalece la organización sobre los líderes, aunque éstos sean muy importantes, como ocurrió tras la derrota y muerte política de Felipe González. Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz-Gallardón serían "imposibles" en el PSOE -véase sino el destino cruel reservado a ese"animal político" que es José Bono- y Zapatero no podría haber surgido en el seno del PP.
Si Gallardón y Aguirre unieran sus fuerzas -ya se que eso es imposible- el tándem resultaría demoledor tanto en el interior del Partido Popular como contra los socialistas en unas elecciones generales. En el fondo, tanto una como otro, acabarán echándose de menos cuando la confrontación poítica y personal se diluya porque uno de los dos haya ganado o porque ambos hayan perdido. La historia del mundo está llena de parejas y dúos que han pasado a la posteridad por sus amores y por sus odios, como Julio César y Marco Junio Brutus, Felipe II y Juan de Austria, Robespierre y Danton, etc. En todos los casos sólo ha habido un ganador final.
La actual dirección del PP es prácticamente la misma que conformó el todo presidente José María Aznar en sus tiempos de mayor gloria, cuando creía que podría superarse a sí mismo fabricando una sucesión a su imagen y semejanza. Rato era el heredero natural en el partido y Acebes su hijo predilecto, pero prefirió la tranquilidad y el sosiego -además de la buena crianza y cortesía- de un Mariano Rajoy, que tampoco se lo pensó dos veces a la hora de aceptar el reto de suceder a un líder fuerte en plena crisis de la guerra de Irak, cuando ya se veía venir que aquello no iba a ser un paseo militar y que los norteaamericanos y sus aliados, entre ellos las tropas españolas, iban a poder volverse a casa con la satisfacción del "deber cumplido".
Cuatro años después y tras una oposición que ha querido ser demoledora de la acción del Gobierno Zapatero y que se ha quedado en eso, en el griterio y en las manifestaciones, sólo un milagro puede hacer presidente a Rajoy después de los idus de marzo. Y esa sensación es lo que ha calentado, aun más si es que se puede, la confrontación entre Aguirre y Gallardón. Y eso es lo que hace, que cada día con menos tiempo para pensar, los otros dirigentes del PP y hasta los militantes más activos, tengan que decidirse entre uno de los dos antes de que la realidad de las cosas se imponga y sea el tiempo el que todo lo decida.