FIRMAS

Los charcos de Zapatero

Redaccion | Lunes 20 de octubre de 2014
En la agenda electoral del presidente del Gobierno no aparecían los socavones catalanes. Estaba y está un posible atentado con víctimas de ETA, lo que conllevaría medidas más duras aún para el mundo abertzale con la petición fiscal de la ilegalización de ANV y el PCTV y la consiguiente expulsión de la representación política de las administraciones de los representantes de ambas organizaciones, por un lado, y la polémica con el PP respecto a los resultados de la política antiterrorista en su vertiente contra ETA, por otro. Estaba y está la renovación o no de los varios poderes judiciales que están en entredicho y en un mal funcionamiento, desde el Consejo General al Tribunal Constitucional, con las derivadas que llevan a las resoluciones pendientes de los Estatutos de autonomía de la Comunidad Valenciana, primero, y la Catalana, después. Estaba y está la sentencia de los acusados del 11 – M y las inevitables y largas polémicas que nos van a acompañar durante los próximos meses, con batallas mediáticas por medio. Eran y son los tres principales charcos que ZP, Blanco y sus equipos contemplaban para los próximos cinco meses, y ante los que los socialistas tenían y tienen una estrategia para actuar y salir lo menos manchados de barro posible.
El gran charco de las infraestructuras ferroviarias era una mera posibilidad, algo que podía pasar en abstracto desde que se definió por dónde debía “entrar” el AVE hacia el centro de Barcelona ( con un corredor infernal, tanto en superficie como debajo de ella ) y en cuánto tiempo debía completarse una obra tan compleja y con tantos riesgos. Podía pasar y ha pasado. Y la pregunta que se han hecho de forma inmediata en el Gobierno y en el PSOE es : influirá el desastre en el voto del próximo marzo. No hay una respuesta segura y aún tiene tiempo el Ejecutivo para paliar la mala imagen que se ha generado no sólo delante de la sociedad catalana sino delante de toda España.
El presidente se ha encontrado con un doble problema: necesita los votos de Cataluña, igual que necesita los de Andalucía, los de la Comunidad Valenciana y los de Madrid. Son las cuatro grandes circunscripciones electorales que proporcionan la victoria o la derrota, son las que pueden marcar la diferencia de votos y de representación. Tiene bastante seguros los de Andalucía, tenía bastante seguros los de Cataluña, y tenía que luchar por mejorar y mucho los de las otras dos, y para ello contaba con su propia presencia al frente de la lista de Madrid, y con la de la vicepresidenta Fernández de la Vega al frente de la de Valencia. Y las cosas han cambiado.
La ministra de Fomento no tiene buena imagen. Así de sencillo, de claro y de rápido en el dictamen. Se lo ha ganado a pulso, tanto por su forma de ser como por su forma de responder. Tenía grandes retos en su agenda y hay que reconocerla que los ha afrontado sin que le temblara el pulso. Otra cosa son los resultados. Su gran escollo: la alta velocidad en general, con Barcelona en el centro de la diana pero sin olvidar Valencia y Galicia; y la batalla continua y a cara de perro con el Gobierno de Madrid, con Esperanza Aguirre al frente.
En condiciones normales y más Legislatura por delante habría dimitido, habría sido cesada o habría hecho una auténtica “limpieza” en el Ministerio. A cinco meses de la cita con las urnas no hay tiempo para nada de ello. Primero porque ¿ quién se pone al frente de esa nave para recibir cada día un chaparrón de problemas?. No creo que existan candidatos para tan desagradable tarea. Segundo, ¿cómo se pone el presidente a mover el gabinete tras la reciente crisis en la que Magdalena Alvarez salió ilesa?. Y tercero: no hay tiempo para que nadie aprenda todo lo que hay que aprender sobre las infraestructuras y encima consiga un discurso político de cara a los ciudadanos.
Conclusión: hay que aguantar, asumir desde el máximo cargo del Ejecutivo la responsabilidad política, buscar ayudas en los expertos del sector para que agilicen las soluciones y los tiempos de respuesta. Colocar la seguridad por encima de todas las demás variables. Olvidarse de inauguraciones imposibles y laureles de conexiones ultrarrápidas entre Barcelona y Madrid. Y entrar en la disputa política y partidista con la oposición, buscando que en el conjunto de la polémica global del terrorismo, las leyes de igualdad, la memoria histórica, las pensiones, las ayudas a la vivienda, el paro, la sanidad y así en todos y cada uno de los temas se funda y confunda hasta trasladar a los ciudadanos el siguiente y personal mensaje: ¿de quién se fía usted más como presidente del Gobierno para los próximo cuatro años, de José Luís Rodríguez Zapatero o de Mariano Rajoy?.

Los dos líderes se han propuesto por diferente motivos, pero coincidentes en el resultado final, que sean sus propias imágenes, su propio peso político en la sociedad el que decida quién gana y quién pierde en marzo. Siempre el que tiene el poder parte con ventaja. Puede hacer y plantear más cosas que su adversario, y sólo meteduras de pata estrepitosas o sucesos de gran envergadura cambian el resultado. Es previsible que no estemos ni ante grandes triunfos, ni ante grandes fracasos. Será cuestión de arañar votos y escaños y hacer buen uso de ellos en las casi seguras y necesarias conversaciones con los otros partidos bisagras. ¿Qué va a hacer un PNV dividido internamente y con un lendakari sentado en el banquillo de los acusados?, ¿qué va a hacer una CiU con dos almas nacionalistas tan distintas y distantes?. ¿Por dónde querrá ir la IU de Llamazares o su sucesora?. Y la díscola y oportunista Ezquerra Republicana, ¿se lanzará al monte o volverá a negociar su presencia en el gobierno catalán?.
Con las incógnitas sobre la mesa, lo único seguro es que la gran política ya hace mucho que ha desaparecido y que van a ser los personalismos más partidistas los protagonistas de esta recta final hacia las elecciones. De los charcos siempre se sale, con más o menos barro en los zapatos. Incluso se le puede salpicar al que está enfrente lo más posible hasta conseguir que no se sepa quién ha metido más la pata.