FIRMAS

La hoguera de la indecisión

Redaccion | Lunes 20 de octubre de 2014
Como Sherman McCoy, el antihéroe de “La hoguera de las vanidades”, Mariano Rajoy corre el riesgo de contemplar cómo su castillo se desmorona antes de entrar en combate, por un pequeño error, a medias entre la falta de voluntad, y la carencia de coraje. Como en la novela de Thomas Wolfe, en la vida de Mariano Rajoy, todos los que le rodean creen estar en un lugar dos peldaños por debajo del que merecen, mientras el líder sería feliz si no tuviera que tocar nada en el precario equilibrio que le sostiene. Nada de lo que hemos visto y oído este verano hubiera pasado si Mariano Rajoy hubiera asumido con autoridad y antelación suficientes, no ya la renovación en el núcleo director de los populares, sino la formación de un equipo sólido, solvente y cohesionado. La llama fatua de Gallardón no habría brillado en este verano sin incendios si Rajoy hubiera hecho los deberes que se exigen quien pretende gobernar la nación.
Soy de los que piensan que Gallardón debe estar en la lista popular de Madrid para el Congreso, no porque la capital necesite una voz que la defienda, que ya las tiene, sino porque en la composición de las listas el alcalde de Madrid representa a una parte importante del electorado popular, y atesora la capacidad de ganar a eso que se ha dado en llamar el “centro sociológico”, que vota unas veces a la derecha y otras a la izquierda, movido más por la eficacia en la gestión o por el descontento de algunas políticas que por las simpatías ideológicas. Gallardón debe estar por las mismas o parecidas razones que debe estar Rodrigo Rato, o al menos Rajoy debe intentarlo, por no desaprovechar o dilapidar un capital imprescindible, más en esta hora en la que los partidos deben presentar equipos capaces de capear el temporal que se avecina en la economía.
La explosión verbal de Gallardón ha recibido dos tipos de críticas. Unos le reprochan su inoportunidad impaciente, su capacidad de dar bazas al enemigo para concentrar el ojo mediático en las riñas familiares de la derecha. Otros le echan en cara su ambición. Los primeros tienen razón. A los segundos hay que recordarles que un político sin ambición es un contrasentido. De la gresca de estos días, queda la evidencia de un problema: Rajoy no ha tenido equipo suficiente para hacer oposición, no hemos visualizado su gobierno “en la sombra”, y sin embargo percibimos su soledad. En la demanda de Gallardón se evidencia que ha sido incapaz de formar ese núcleo sólido y cohesionado de hombres y mujeres mejores que él, como los que tuvo Aznar, que le superaban en competencia pero no en el mando. La incógnita es si será capaz de sacudirse la pereza, mandar y poner orden, o será arrollado.