FIRMAS

Leguineche, el mejor de los nuestros

Redaccion | Lunes 20 de octubre de 2014
Sonó el teléfono y al principio no lo reconocí. No fue culpa mía. Manu Leguineche siempre ha tenido una voz profunda y algo cascada, una de esas voces que se identifican al instante, pero hacía mucho que no la escuchaba.
España es un país cainita, que olvida pronto a sus héroes y donde la envidia es mucho más abundante que el agradecimiento. Quizá por eso y porque vivimos tiempos en los que prosperan los malandrines y los listillos, apenas se habla del gran Manu.
Hace ya varios meses, en ABC, escribí una columna rememorando su figura, reivindicando su memoria y su hermana –que tiene esa fortaleza que sólo da el cariño- me llamó para darme las gracias. Por eso me emocionó tanto escuchar otra vez la voz de Manu. Siempre que me acuerdo de él, me queda una pizca de tristeza pegada al alma. Tengo la impresión de que no estamos siendo justos con él.
Ahora, cuando los chavales de la Facultad se te acercan para hablar de periodismo, siempre preguntan si conociste a Ryszard Kapuscinski o lo que opinas de sus tesis sobre esta profesión, tan apasionante y tan desventurada.
Lo habitual, por lo menos en mi caso, es salir del paso con la punta del capote, citando títulos de los libros publicados por el insigne polaco y dedicándole un rosario de rendidas alabanzas.
Les voy a ser sincero. Yo me desteté como reportero sin tener ni pajolera idea de quién era o qué hacía Kapuscinski. Cuando empecé a ir a las guerras y vi por primera vez de cerca el resto espantoso de la muerte, mi modelo era Leguineche.
Manu tiene diez años más que yo y cuando empecé a soñar con ser reportero, él ya andaba dando tumbos por el planeta y había pisado todos los rincones del planeta.
Eran tiempos en los que los periodistas "de toda la vida" no hablaban otro idioma que el de Cervantes, pero Manu hasta dominaba el inglés. Con acento de taxista yugoslavo en Nueva York, pero con soltura.
Y escribía distinto. Ni pirámide invertida ni esas zarandajas paralizantes que nos intentaban imponer los profesores de la Facultad. Él, que había fundado dos agencias - Colpisa y Fax Press- rompió moldes e impuso un estilo personal, único.
Dicen que ha andado un poco pachucho últimamente, aunque ya me extrañaría que haya dejado de jugar al mus o no eche en falta salir de casa. Por lo que escucho, Manu sigue en lo suyo, atrincherado en su casa de piedra, en plena Alcarria.
Allí, como ocurría en el piso que tenía en la calle Islas Filipinas, seguro que todas las paredes están cubiertas de estanterías. Que tiene libros en todos los idiomas, periódicos nacionales e internacionales, suplementos, revistas y todo por todos lados.
Y que escribe, peleando con las teclas del ordenador, porque la informática nunca ha sido lo suyo. Un abrazo… Maestro.