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Conversación pesimista

Hay sociólogos que se quedan en la cifra corta e instantánea de las encuestas y otros que miran lejos, con profundidad, con perspectiva. Víctor Pérez Díaz es del segundo grupo. Quizá por eso da clases en Harvard, y es posible que por la misma razón
le hayan nombrado miembro de la Academia Americana de las Artes y las Ciencias. He pasado una tarde con él. “España es hoy
un país distraído de lo importante, confuso, pusilánime y con tendencia al caos”. Esto lo dice alguien que no cree en la división
entre izquierdas y derechas, que piensa que esos esquemas no sirven para entender el mundo, y menos para cambiarlo. Y entonces, le pregunto ¿qué hacemos en este país enfrentados como en una trinchera, divididos sobre la interpretación del pasado,
rotos por la explicación del último gran atentado y sin un minuto para ocuparnos del futuro?
No hay respuesta. Tan solo un diagnóstico pesimista. No existe un proyecto de país, ni estrategias a largo plazo, ni profundidad en
nuestro impulso como sociedad, vivimos en el día a día, sin saber qué hacer con la emigración, y animados por el espejismo de una
economía que ofrece buenos resultados pero que esconde un crecimiento débil, basado en el ladrillo, y en el trabajo de personas poco cualificadas, en su mayor parte inmigrantes. Y volvemos al final al gran asunto: la educación, nuestro gran fracaso. Le recuerdo que si uno repasa la lista de las grandes universidades del mundo, entre las 150 primeras no existe ninguna española. No todo está perdido.

Tan solo las escuelas de negocios, el Instituto de Empresa y el IESE brillan en los primeros puestos de los centros que se dedican a formar empresarios y ejecutivos. Y sin embargo, en los últimos años hemos escuchado que esta generación, la que se asoma al mercado laboral y a las empresas, es la mejor preparada de la historia de España. “Es mentira. Durante 30 ó 40 años
las cosas se han hecho mal, y los políticos, todos, son responsables. Y como no quieren decir la verdad se dedican a consolar a la sociedad, pero esta generación está muy mal educada”. Le recuerdo una cifra demoledora: nuestra tasa de patentes, el resultado de nuestra investigación científica, está entre las últimas de Europa. Pérez Díaz me amplía el pesimismo: “Y esa tasa crece a un ritmo con el que nos costará tres o cuatro siglos llegar a niveles europeos”.

Entonces, le pregunto ¿todo está perdido? “NO – me contesta- Irlanda estaba peor que nosotros hace unos años y ahora tiene un desarrollo extraordinario en la nueva economía del conocimiento”. Vale, le digo, seguiremos creyendo en el ilagro español.
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