El caudillo eterno
Estaba cantado que iba a ganar. Es la implacable aritmética, combinada con la televisión. Antes, hace una par de décadas, los pobres no tenían ni un modesto transistor y desde sus húmedos ranchitos, en lo alto de los cerros que rodean Caracas, se limitaban a observar el batallar político como algo ajeno y distante. Ni se enteraban que los ricos venezolanos cruzaban el Caribe hasta Miami para hacer la compra en los supermercados estadounidenses. Miraban con envidia los Cadillac, los Chevrolet y todos los "haigas" que entraban o salían de los country club y ni siquiera estaban al tanto de que la gigantesca riqueza petrolera del país se dilapidaba sin que a ellos les cayera un dólar.
Se calcula que desde principios de siglo hasta la llegada de Chávez al poder, Venezuela ingresó, gracias al crudo enviado a EE.UU., el equivalente a 40 Planes Marshall, el dinero que sirvió para reconstruir Europa tras la II Guerra Mundial.
Ahora, como ocurre en Perú, Bolivia, Nicaragua o Ecuador, no hay chabola que no tenga televisor y los pobres votan. Y como hay muchos más pobres que ricos, votan al que más se les parece o al que creen que peleará de verdad por ellos. El 75% de la población de Venezuela subsiste por debajo del denominado "umbral de pobreza". Hay un 22% de acomodados y un 3% de ricos de verdad. Con esos porcentajes, no es de extrañar que Chávez gane y que lo haga sin necesidad de hacer trampas. El "Gorila Rojo", como lo llaman sus enemigos, es un tipo muy peculiar. Yo he estado con él varias veces. De cerca gana un poco, aunque tiene una tendencia irrefrenable a montar numeritos y rara es la ocasión en que no salpica la entrevista con un recital de boleros o con chistes subidos de tono.
En cualquier caso, es un tipo al que hay que tomar en serio. Desde el 4 de febrero de 1992, cuando sólo era teniente coronel y protagonizó un golpe militar contra el presidente Carlos Andrés Pérez, es el centro de la vida venezolana y un quebradero de cabeza internacional.
Venezuela no descansa desde la irrupción del tercero de los siete hijos de un matrimonio de maestros de Sabaneta de Barinas, que soñó con el sacerdocio, quería ser jugador profesional de béisbol y acabó liderando un movimiento que ha laminado a la clase política tradicional y ha encarecido los precios del crudo en la OPEP. En diciembre de 1998, tras pasar unos meses en la cárcel, ganó las primeras elecciones y desde entonces, las gana todas. No ha hecho nada por los pobres que le votan, pero seguirá ganando.