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El hombre de la sonrisa triste

Tiene una sonrisa triste. A diferencia de otros líderes políticos, Álvaro Uribe no es capaz de estirar con naturalidad los labios y esgrimir una de esas sonrisas que parecen dignas de un anuncio de dentífrico.

Todo lo más, cuando los fotógrafos se le plantan enfrente y es necesario posar para la ocasión, esboza una especie de mueca, casi un rictus de dolor.

Ni siquiera, cuando los noticieros de radio y televisión anunciaban a bombo y platillo que había arrasado en las elecciones y que tenía ante si un segundo mandato presidencial, Álvaro Uribe parecía realmente feliz.

Lo suyo debe tener algo que ver con la tristeza de Colombia, porque es difícil encontrar en el planeta un país tan hermoso, tan vibrante y tan desventurado.

Lo que comenzó hace ya más de medio siglo como una especie de guerra civil y que en un momento pareció una guerrilla contra los poderosos, ha ido degenerando hasta transformarse en una narcoguerrilla atroz, que mantiene secuestrados a más de 2.000 desventurados, y mata sin piedad.

Y en el fondo, como lubricante, el tráfico de cocaína que produce miles de millones, permite comprar armas y corromper funcionarios extranjeros.

El mérito de Uribe, lo que explica su clamoroso triunfo en las urnas, es que hace y no vacila. Cuando ganó por primera vez, hace cuatro años, se lanzó con denuedo a la tarea de darle un vuelco a Colombia.Defendiendo a capa y espada el combate frontal contra la narcoguerrilla, ha logrado que el miedo se atenúe y que los facinerosos pierdan terreno, pero todavía está lejos de su objetivo. Ha logrado sintonizar con el ansia de paz de millones de colombianos. Por eso le votan, por eso quieren que siga otros cuatro años en la presidencia.

Uribe, que cumplirá 54 años este verano, se define como un "demócrata con sentido de la autoridad". Su teoría, el mensaje que intenta transmitir al mundo, es que esos guerrilleros a los que a menudo se ve con simpatía en lugares como España, no libran una guerra nacional o una batalla por la justicia social, sino una acción terrorista para defender un negocio que se basa esencialmente en el secuestro y la cocaína.

Originario de la turbulenta Medellín y primogénito de los cinco hijos de un terrateniente y ganadero, Uribe se educó en escuelas regidas por los jesuitas y los benedictinos.

Se licenció con honores en Derecho y Ciencias Políticas por la Universidad de Antioquia, se inició pronto en la política en las filas del Partido Liberal –que abandonó hace tiempo- y hasta pasó por Harvard, donde hizo un curso sobre Negociación de Conflictos.

En 1983, cuando intentaban secuestrarlo las FARC, su padre se defendió a tiros y terminó acribillado por los guerrilleros. Este suceso fue un revulsivo para las convicciones de Uribe, que se deshizo de la mayoría del patrimonio rural, que le tocó en herencia, para concentrarse en su carrera política. Todo lo demás, su dureza, su capacidad de trabajo, su cercanía con el ciudadano y sus éxitos en las urnas, es de sobra conocido.
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