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Ovnis y pilotos

Nadie ha encontrado el remedio. No se sabe si se trata de arrogancia, o es que han sido abducidos, y desde entonces razonan en otra frecuencia de la lógica. Viajar en Iberia es una aventura, siempre sorprendente. Era jueves. El avión debía salir a las 12.30. Diez minutos antes de la partida, fue aplazado hasta las 14 horas. Volví a abrir “La literatura nazi en América”, de Roberto Bolaño, para acompañar aquella hora y media con un catálogo de escritores apócrifos, a medio camino entre el delirio y la pasión.

El avión salió a las 14.30. Minutos antes del despegue entraron en el aparato los últimos pasajeros: hombres vestidos de azul, con gorra de piloto, y un bronceado extemporáneo, como de campo de golf de Miami, donde las bolas perdidas las mastican los caimanes. Se sentaron en la clase “business” y el avión partió. El piloto, el de la cabina, nos dio después una razón para tanto alboroto: “Rogamos disculpen el retraso con el que hemos salido de Madrid, debido a que teníamos que coordinar nuestro viaje con otras tripulaciones”. El vendedor que dormitaba a mi lado levantó la cabeza y escupió una traducción que no puedo calcar en este suelto porque el Sepla me llevaría a los tribunales. Yo miré mi billete, por ver si en las condiciones del papel había alguna subordinada para explicar una circunstancia imprevista.

Minutos después, el piloto volvió a tomar el micro: “El viaje durará 45 minutos”. 25 minutos después, la sobrecargo anunciaba: “Abróchense los cinturones, dentro de cinco minutos aterrizaremos en el aeropuerto de Valencia. Juro que no me dormí, y que no creo que el zumo de naranja llevara un narcótico. Hice el viaje atento porque a mi lado viajaba una morena maciza que prometía participar aquella noche en un debate de la televisión autonómica. Esos veinte minutos perdidos de mi vida se añaden a los tres días que me robaron en el registro civil: yo nací un 22 de diciembre, y sin embargo mi DNI asegura que fue el 26.

Al llegar a Valencia, el taxista que me llevo a mi cita, retrasada, me dijo que aquel fenómeno era diario. Regresé a Madrid por la tarde. El vuelo salió de nuevo con retraso. En este caso la explicación había sumado todas las subordinadas del día: “disculpen las molestias –comenzó el piloto- pero hemos tenido una demora debido a que el vuelo de Madrid ha llegado con retraso, debido a que tenía que coordinarse con unas tripulaciones de otros vuelos que han llegado más tarde a consecuencia de problemas técnicos no imputables a la responsabilidad de nuestra compañía”. Es la demostración de la teoría de la mariposa: el batir de las alas de un insecto en Japón puede provocar un huracán en Florida. La próxima vez que viaje, procure que su vuelo sea el único que se mueva en la atmósfera. De lo contrario puede perecer en un delirio de surrealismo de los pilotos, que no tienen pudor en comunicar al pasaje sus más íntimas pesadillas.
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