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La voz indomable

La voz indomable

Es una de mis heroínas. Desde hace muchos años. Oriana Fallaci, como Miguel de la Quadra Salcedo, es de esos personajes que están íntimamente unidos a mis recuerdos infantiles. Ambos contribuyeron a que desde niño quisiera ser periodista.
Dicen que su delgado cuerpo se apaga poco a poco, devorado por un cáncer que no acaba de dar su última estocada. Lo que no pierde aliento es su indomable espíritu. La periodista, que nació en Florencia hace ya la friolera de 77 años, es el rayo que no cesa.

He querido escribir de ella porque esta misma semana se ha fallado el Premio Príncipe de Asturias de la Comunicación y Humanidades y creo que Oriana se lo merecía más que nadie. Mucho más que los humoristas Ibáñez, Uderzo y "Quino". Más que el semiólogo búlgaro Tzvetan Todorov, a quien no tengo el gusto de conocer. Más que la sacrosanta BBC o que el prestigioso National Geographic. Más que el naturalista británico Attenborough, que el ensayista mexicano Krauze o que el periodista polaco Michnik.

Nuestro drama es que Oriana no es políticamente correcta y eso hace, como ocurre con el genial Mario Vargas Llosa cada vez que se falla el Nóbel de Literatura, que los progres atontados con la Alianza de Civilizaciones cierren filas y se movilicen para impedir lo que sería un simple acto de justicia. Le han puesto demandas, la han amenazado, la estigmatizan como retrógrada y hasta la califican de sembradora de odio y ella, que se limita a proclamar en voz alta lo que muchos no se atreven siquiera a murmurar, ni se inmuta.

A muchos de sus críticos parece habérseles olvidado que Oriana fue antifascista, cuando la mayoría de los italianos se acomodaba. Que perdió su primer empleo por negarse a escribir lindezas sobre Palmiro Togliatti, cuando los comunistas mandaban (y mucho) en Italia. Que en el México de 1968, justo en vísperas de la Olimpiada, fue herida y dada por muerta, cuando acompañaba a los estudiantes en la asonada de Tlateloco. Que ha sido anti-Pinochet, anti-Arafat y anti todo lo que huele a imposición, a mentira maquillada de verdad.

Es una mujer que no se mueve ya de su refugio neoyorquino, que huye de las fotos porque no quiere que la vean vieja y enferma, pero que sigue deshaciendo entuertos, sin etiquetas confesionales, políticas o filosóficas.

Ella alega que alguien que lleva la muerte dentro, no puede ya sentir miedo, pero hay que tener mucho valor para denostar a la Iglesia Católica por mostrarse débil ante el mundo musulmán y a Europa por venderse al Islam "como una prostituta". Si tienen un rato, echen un vistazo a “La rabia y el orgullo” o a “La fuerza de la Razón”. Merece la pena.
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