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Época de hemorragias

Hemos comenzado el año de resaca. Siempre pasa lo mismo: después de una etapa de crecimiento en donde la audacia campa a sus anchas, las grandes ideas pierden interés en favor del rigor presupuestario, el control de gastos y la lógica matemática. Las operaciones corporativas ya no tienen el relumbrón de hace dos años y todos se afanan en encontrar vías de financiación.
Al final, el mango está en manos de los que han sabido ganar o conservar liquidez. De ahí que las empresas se empeñen más que nunca en proteger sus recursos de eventuales sangrías inesperadas. En un entorno de hemorrragias (bien sea por proyectos que no se acaban de vender, bien sea por tasaciones asesinas, o bien por plazos de pago cada vez más agobiantes), el último en quedar en pie puede conseguir suculentas gangas.
El sector inmobiliario es un campo minado para los inversores. Las empresas en apuros salpican a los que no están mal. De ahí la desazón de Joaquín Rivero por los comunicados de Colonial, respecto a sus contactos. Con cada nota a la CNMV, Portillo aumentaba el valor en relación inversa al que hacía perder a Gecina.
Los inversores más activos en el sector en los últimos tiempos están también muy comprometidos por el delicado momento. Así, la familia Nozaleda, perejil en todas las salsas, se ha visto muy perjudicada por la caída de sus participadas. Algo parecido les ocurre a las cajas de ahorro, que a su gran exposición al mercado hipotecario, tienen que añadir ahora sus minusvalías en las inmobiliarias.
En construcción, las cosas andan mejor, pero el temor a ver erosionarse sus recursos se percibe en cuanto se vislumbran los peligros. En este sentido, imagínense cómo ha sentado en la sede de OHL las amenazas de la Generalitat y Fomento de pasar la factura por el retraso de la llegada del AVE a Barcelona. Las arcas se estremecen, las empresas tiemblan.
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