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A la memoria de Carlos

"Me voy a desmayar" dicen que logró apenas susurrar Carlos herido ya de muerte antes de caer desplomado al suelo. Tenía sólo 16 años, pero una ira ciega y fanática le había partido el corazón con una certera cuchillada. No hubo pelea entre bandas rivales, no hubo provocación por parte de quienes se dirigían en el Metro a parar la manifestación convocada contra los inmigrantes por los neonazis, eso queda para los partes policiales, pero no para quienes asistieron estremecidos y en primera persona a la tragedia. Lo que vino después de los machetazos del odio que tiñeron de sangre el suelo del suburbano madrileño fue el caos de la furia incontrolada de muchos jóvenes reclamando venganza, un polvorín al que los grupos de extrema derecha buscan, con premeditación y alevosía, prender la mecha desde hace tiempo.
Tambores de guerra que resuenan en la Comunidad de Madrid sin que la delegada del Gobierno, Soledad Mestre, haya escuchado, hasta ahora, sus redobles, más preocupada, según dicen, porque los bares cierren a la hora, que por controlar un nazismo que va cogiendo oxígeno al amparo de la impunidad.
La de Carlos, con ser la de más fatídicas consecuencias, no es la primera agresión que los grupos de extrema derecha protagonizan contra todo aquel que en su apología de violenta intransigencia estigmatizan con la etiqueta de inmigrante, pobre o antifascista, un amplio espectro este último donde tienen cabida punkis, okupas o jóvenes de izquierdas y antisistema, a los que Mestre no duda en reprimir en sus manifestaciones, en ocasiones de forma justificada, pues no se puede negar que entre ellos existen grupúsculos que alientan el vandalismo callejero, quitando con ello razones y derechos, pero no es menos cierto que otras muchas veces el freno policial se ha ejercido de forma más que arbitraria.
La tragedia y la muerte han dejado al descubierto una realidad que lleva tiempo gestándose en las calles de nuestra Comunidad e, incluso, en el Metro madrileño, al amparo de cuyos túneles bajo tierra se han perpetrado no pocas agresiones contra las “tribus” anifascista, algunas de ellas protagonizadas por los propios guardias de seguridad del metropolitano con los mismos ademanes fascistas que quienes ahora son señalados por la clase política con estupor.
No hay político que no se rasgue ahora las vestiduras ante lo sucedido, eso sí sin ningún atisbo de autocrítica (el portavoz socialista en el Congreso, Digo López Garrido, ha llegado incluso a felicitarse por la celeridad de la detención del agresor, omitiendo que quienes detuvieron la huida del asesino, mandándole, eso sí, al hospital, fueron los propios compañeros de la víctima), es más los hay como el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, que se lavan las manos –“las leyes son las leyes”- aludiendo a que él desautoriza y los jueces finalmente permiten estas marchas al más puro estilo Ku Klux Klam. Sinceramente, no procede, pues salvando las distancias, ni los jueces ni el Estado parecen encontrar cortapisas para prohibir las exaltaciones nacionalistas e intolerantes del mundo pro etarra.
Aquí ya no caben los paños calientes a la hora de frenar la apología y las acciones de un nazismo que ha demostrado sobradamente su desprecio a la vida humana. Se dirá que en el otro lado, en el de quienes querían “reventar” la manifestación ultra, anida también la violencia, y no se falta a la verdad, baste con escuchar las palabras de algunos radicales pidiendo vendetta, aunque igual de injusto sería ignorar que en la amalgama de colectivos que engloba esta izquierda antisistema prima también una “utopía” contestataria, tal vez para algunos trasnochada, de jóvenes que no se conforman con la realidad que se les impone.
No impedir con todo el peso de la Ley la nueva manifestación convocada por la Alianza Nacional del innombrable Ynestrillas, no sólo será un error, sino dejar vía libre a una nueva tragedia. Los tambores son claros. La juventud truncada de Carlos, la dignidad apaleada de otros muchos son motivos mas que suficientes para mandar a estos ultras a las cavernas.
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