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Devorar para escapar del lobo

La crisis ha venido y nadie sabe cómo ha sido. O quizá sí. Porque, en realidad, debían ser muchos los indicadores que mostraban que el mercado estaba apunto de ceder. Que las ventas iban a iniciar un descenso lo suficientemente pronunciado como para llevarse por delante a algunas de las empresas del sector residencial turístico. Y también a algunas del residencial a secas.
Hasta hace unos meses nadie quería hablar de crisis. Entonces se decía "ajuste", "cambio de ciclo" o, en palabras de nuestra añorada Maria Antonia Trujillo, "aterrizaje suave". Ahora no hay quien le quite la palabra crisis de la boca a los promotores. Como comentaba recientemente José Manuel Galindo, en uno de los debates del Consejo Editorial de esta publicación, "¿y después qué palabra vendrá?". No se sabe. Lo que sí parece claro es que muchos ya se lo olían. De ahí que algunas empresas iniciaran el camino para desprenderse de sus departamentos inmobiliarios.
Otras, de manera más sutil, emprendieron una curiosa reorganización que ahora, en caso de que la situación continúe decayendo, hará innecesarios procesos tan desalentadores como el que se han visto obligados a comenzar en Llanera. Quizás viendo las orejas al lobo o, como dicen ellos, para "recompensar la confianza de sus asociados y trabajadores", transformaron sus recursos propios en franquicias. De este modo, la empresa puede empezar a caerse a trozos, por decirlo de una manera lo más gráfica posible, sin afectar de forma tan directa a la central. Las agencias que cierren no requerirán indeminizaciones por suspensión de pagos por parte de la matriz, mientras que el núcleo de esta última hará todo lo posible por mantenerse intacto, seguramente asegurando sus posiciones en los mercados más sólidos.
El resultado para la economía, no obstante, será el mismo: más desempleo. Ese desempleo que, a pesar de haber vuelto a reducirse en septiembre, sigue manteniendo atemorizados a algunos grandes empresarios por la "inseguridad" que generará. También generará pobreza, pero la pobreza no nos atraca. Los desempleados, según alguna "mente prodigiosa" de los negocios, sí.
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